¿Qué tienen las calles de San Francisco que envidien las de Barracas? ¿Sangra distinto un cadáver de mujer en Parque Lezama que en el Central Park? ¿Qué nuevo Marlowe tiene oficina en Avenida de Mayo? ¿Qué hermosa bruja justiciera resiste en la corrupta prehistoria de Puerto Madero? ¿Qué perplejo investigador trabajaba haciendo policiales en un diario popular de la Década Infame? ¿Qué extraños secretos esconderá la Buenos Aires de los dos obeliscos, medio incendiada después del Bicentenario?
La literatura policial argentina –la de Borges, la de Arlt y Walsh- se merecía una colección de novela en la que, después de El Séptimo Círculo, Evasión, Rastros, Cobalto o Serie Negra, se asesine y se haga justicia usando exclusivamente sangre nacional. Que por fin las cosas –también en la ficción- hayan pasado, pasen o pasarán acá a la vuelta.
Negro Absoluto, Buenos Aires y el crimen de exportación.
Negro absoluto constituye de una manera u otra y empero de sus defectos y su ritmo frenético, acelerado in extremis, a veces –es cierto- apurado, un firme manifiesto de la vigencia de un (sub)género olvidado por la crítica y los propios lectores, que en la década pasada no acompañaron las iniciativas del sector por resurgir.
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