17 agosto 2008

Nos fumamos todo el cuento de un oyente


ENTRE LO ONÍRICO Y LA CERTEZA DE UN AMOR

Lo enloqueció una noche de verano, diáfana y de estrellas incandescentes. El sentado, al borde del arroyo Melincué, saboreaba un licor de sabor almibarado que un amigo le había preparado. La conversación giraba en torno a objetivos irrealizables y a la certeza de vivir en un mundo paradójico geométricamente hablando, de confección redonda pero habitado por seres cuadrados. Y allí estaba ella. Lánguida y sin mayores pretensiones, tirada bajo un árbol, leyendo a Nietzsche y ensimismada en su faz interior. Parecía ausente de nuestra faz terrenal, por lo que Marcos concluyó: “Estoy en una dimensión paralela. No puede ser real”. Quizá los efectos alucinógenos de lo que había fumado calaban profundo en él, pero el vacío que había en su vida, sumado al intento desesperado por encontrar algo mejor que hacer ahí, lo llevaron a acercarse…
Al estar a pasos a ella, un aura luminosa se apoderaba de su figura. Quizá el sol de noche que a pocos metros encendió un amigo lo confundió, pero Marcos prefirió creer en la ensoñación. Se sentó a su lado, contemplándola en silencio. La mujer alcanzaba una altura superior a la suya, estaba como suspendida en el aire, flotando. Quizá la penumbra hacía mella en su capacidad de percepción y no divisaba la hamaca paraguaya en la que se mecía. Decidió creer que era un ángel alado, de proveniencia etérea…y decidió hablarle.
Un nudo en la garganta, sumado a un balbuceo incomprensible fue todo lo que pudo aflorar de la boca de Marcos. Ella impávida, seguía sin quitar su mirada del libro. Sus cabellos, blondos y rizados, le tapaban el rostro. Era muy flaca, de consistencia huesuda y punzante. Marcos yacía a su lado, desesperado por una mueca, un movimiento o algún gesto. Su cabeza latía como la migraña más cruel, aunque las expresiones corporales estaban lejos de su percate. Sólo su alma se había activado, con energía suficiente como para abrumar de amor a la estrella más lejana…Por fin ella atinó un movimiento de cabeza, dejando a un lado todo prejuicio… la mirada helada de sus ojos marrón chocolate confundieron por un instante a Marcos. Tanta vida en su cuerpo, su espíritu, su ser. Y tanta muerte en sus ojos. Eran los ojos de alguien que cargaba con mucho dolor, desesperanza y resignación. De su boca sólo surgió una frase: “No eres quien espero” y sin más comenzó a caminar sobre el arroyo, adentrándose en él sin mayor tapujo, sumergiéndose en el más profundo crepúsculo de una noche que parecía cobijarla, abrazarla, pertenecerle.
Marcos contempló su lento retirar con la nostalgia de quien veía partir para siempre su tesoro más preciado. Una mano se posó sobre su hombro y el cantar de un grillo parecía la obertura de la música más clásicamente triste, la del desarraigo. Año tras año, Marcos retornaría al borde de aquel arroyo, ya sin atisbos de esperanza por volver a verla, pero soñando recuperar alguna vez aquel segundo en el que su helada mirada detuvo el mundo que él creía conocer…

de nuestro escucha Sebastián Serra

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