07 agosto 2008

El andamio flotante

El alcohol me puso en estado confortable con el mundo, con las cosas. Las puedo ver. La montaña es la montaña, y los recuerdos pierden densidad ante la mirada nueva. Las personas están ahí. Cada una con sus jaulas, tirando manotazos contra… o yendo a comprar el pan. Fugazmente, todo está en su lugar. La lucha ni siquiera es contra mí.
Puedo ser solo esta mirada; el sol de las seis de la tarde cayendo a espaldas de los edificios de enfrente. Miro, usando el vaso como lupa, y el dorado de la cerveza se mezcla con el amarillo de la estación de servicio de enfrente. Al medio de todos los colores está la calle.
Por la calle siempre gris pasan autos de gente que se va. Una chica que parece ir a la facultad camina mirando sus pensamientos, los mastica. Al subir a la vereda me ve mirarla y sonríe. Algunos hombres pobres van por la avenida en bicicleta, perpendicularmente. Llegan al semáforo, y con el pedal derecho arriba esperan para seguir.
A mi lado hay tres señoras prolijamente vestidas. La que no me da la espalda es bizca y tiene una voz de pito impresionante. Igualmente habla mucho y dice que le sorprende su maldad. La moza quiere cobrarles y les pide más chiquito porque no llega. No hay caso, recibe un billete de cien pesos, y gira hacia la caja. Pienso si esas señoras son buenas o malas y porqué las estoy poniendo en mi historia. Pienso que con verlas o con lo poco que escucho podría hacer un capitulo sobre la riqueza en el centro de rosario. Creo que no lo voy a hacer porque es una estupidez y no tengo ganas.
Empieza a hacerse de noche. El bar cambió la música, subieron el volumen y la gente también habla más fuerte. Con la mirada barro la calle y veo que empezaron a prender las luces. Afuera, en otra mesa, un chico resuelto que debe ser dueño o encargado del lugar, charla con la misma moza que cobró acá al lado hace un instante. La mira serio pero sin preocupación. Tiene pinta de estar diciendo algo desfavorable en tono favorable. Prolijamente sucio. Ella está la mayor parte del tiempo en silencio y hace un círculo con su hombro derecho como si calentara para entrar a rematar. No creo que tenga la oportunidad. No pasan ni cinco minutos cuando el pibe empieza a moverse un poco más. La cosa está por terminarse, y se termina. Él se levanta y se va. Ella se levanta y vuelve a trabajar. Adentro hay gente que quiere pagar, y dicen que el tiempo es oro, como esta cerveza, que levanto y tomo.


Txt: Bernardo Casas

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