Defender el territorio es complicado, supone riesgos. Siempre fue así. Por supuesto, hay diferentes maneras y distintos sentidos para hacerlo. Por ejemplo –y más allá de los resultados-, no se puede comparar la atropellada recuperación de las islas Malvinas que encaró la última dictadura con las batallas de José de San Martín o Manuel Belgrano…El feriado trae a la memoria la figura de Belgrano, pero al mencionar un nombre de su estilo en un relato se presiente la pérdida de toda fuerza retórica; debe ser por las insoportables lecciones escolares. Casualmente, Belgrano está ligado a la educación: propició la creación de varias escuelas, sobre todo en las provincias del noroeste, para que la naciente nación edificara sus cimientos sobre el conocimiento (sobre ciertos conocimientos). También luchó en tierras altoperuanas, allí donde los movimientos indígenas todavía intentan proteger sus recursos y su soberanía –basta remitirse a Bolivia-, y muy cerca de Perú, donde la semana pasada se desarrolló una tenaz defensa del territorio por parte de los indígenas.
En los tiempos de Belgrano, las luchas eran contra el decadente imperio español que, representado por los realistas, saqueaba las riquezas del nuevo continente. En la actualidad el conflicto es con las transnacionales dedicadas a la explotación minera. La puja suele traducirse en “ecologistas versus extractivistas”, aunque habría que agregar “versus lobbystas”. Ciertos medios de esos que desde Estados Unidos diseñan programas en español para Latinoamérica, consideraron exageradas las protestas indígenas. Pero si hay que hablar de excesos ya se sabe que el gobierno de Perú, de la mano de Alan García, reprimió esas manifestaciones hasta la tragedia. Fue una más de las tantas matanzas ya tradicionales en ese país (y otra en el prontuario de su presidente).
La inminente conquista de la denominada Amazonía devuelve la constante “lobo suelto, cordero atado”: hace 130 años algunos generales argentinos duros como una roca dispusieron la conquista del desierto -que en realidad era un lugar habitado- en nombre del progreso y la modernización. En este caso, similares argumentos se utilizan para abogar por los beneficios de la explotación minera. La cuestión compromete tanto a los dirigentes conservadores como a los progresistas, como sucedió hace 130 años en Argentina. En los países de la selva amazónica, según la centroizquierda, las regalías aportarían buenas divisas para fortalecer al estado, mientras que para la centroderecha es sabido que cualquier tipo de explotación genera beneficios “naturalmente” (aplican una singular perspectiva de la palabra “natural” y una “mente” mezquina y maldiciente). Esas mismas lógicas, está claro, llevaron a la devastación del monocultivo de granos, modalidad que seguramente ya se desaconsejaba en los tiempos de Belgrano, por cierto, un impulsor de escuelas agrícolas. Es evidente que la aplicación de algunas visiones del progreso abren paso a siniestros: terminan en desesperados rezos, y vale Tartagal como ejemplo.
En otros lados del mundo, la defensa del territorio no es reprimida, sino más bien represiva. Las elecciones para el Parlamento Europeo fueron para el lamento: obtuvieron varios escaños los partidos proclives a partirles la cabeza con un caño a negros, inmigrantes y judíos. Las consignas nacionalistas-antiinmigración y la indiferencia masiva fueron los grandes ganadores. Paradójicamente, en las elecciones para un órgano cuyo objetivo es la integración, triunfaron los nacionalismos, la abstención y los regionalismos (en Italia la agrupación separatista Lega Nord superó el diez por ciento de los votos). Y una vez más, el enorme escepticismo de los europeos dio forma al récord de ausentismo.
La globalización, ese fenómeno que confunde y comprime las nociones del tiempo y del espacio (y las naciones), lejos está de borrar las fronteras. De este lado de América, movimientos territoriales indigenistas resisten la contaminación y la usurpación de las transnacionales. En una Europa en crisis, la integración es desafiada y las identidades nacionales se afirman, pero reeditando sus peores rasgos: la contaminación se asocia a los inmigrantes mientras el capital se defiende con recelo, y la garantía para no compartirlo es la derecha más egoísta. La prioridad es salvar a las empresas nacionales y transnacionales. Mientras tanto, es más fácil hostigar a los negros, los inmigrantes, los no cristianos y los transexuales (rimaba con transnacionales).
No es la primera vez que en tiempos de crisis, escepticismo, incertidumbre, abstencionismo y confusión se inventan enemigos. El problema es que el odio de la ambición y la frustración, además de devolver y salpicar a los demás, puede volver. Defender el territorio es complicado. Por supuesto, hay diferentes maneras y sentidos para hacerlo. Belgrano lo defendía, pero deseaba que los ricos no devoraran a los pobres, y que la justicia no fuera sólo para aquéllos..
15 junio 2009
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