04 abril 2009

El punto final de un demócrata



Unos vuelven, otros se van. O bien, unos llegan y otros vuelan. ¿Vuelan? En tiempos donde todo vuelve diez o 20 años después (grupos de música, Titanes en el Ring, dibujitos animados, películas en carroza, o de bañeros y vedettes en pelotas), Alfonsín se fue. No terminaron de volver Charly, ni Maradona, que don Rául Ricardo dejó su existencia física. Como anécdota se puede mencionar la simpatía de Maradona por Alfonsín: durante plena hiperinflación, en 1989, Diego declaró que, si era por él, volvería a votar a Alfonsín...pero como la Constitución todavía no contemplaba todavía la reelección inmediata, el presidente saliente no figuraba entre los candidatos posibles a la próxima elección.
Después de todo, quizás sea mejor que los ex presidentes no regresen 20 años después: Perón lo hizo y no le fue nada bien (al país y a la institucionalidad sobre todo). De hecho, Argentina no recuperó la democracia sino hasta la histórica jornada del 10 de diciembre de 1983, cuando Alfonsín tomó el poder. Aunque en un punto sólo fuera una formalidad: si bien la Unión Cívica Radical (UCR) obtuvo la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, en el Senado había una amplia mayoría justicialista. Y los militares, aunque desprestigiados, estaban al acecho y poco felices con el recorte de los gastos a las Fuerzas Armadas (FAA) y con el Juicio a las Juntas de 1985 -corolario del Informe "Nunca más" elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) convocada por Alfonsín y presidida por el escritor Ernesto Sábato-. Lo cierto es que el flamante presidente rechazó toda “autoamnistía” propuesta por los sectores militares y ese es, sin duda, su mayor legado: gracias a los reclamos de las Madres de la Plaza de Mayo y cía -pero no a la CIA-, hasta la actualidad Argentina es el único país latinoamericano que juzgó a los ex comandantes del genocidio. En Chile, por ejemplo, el dictador Augusto Pinochet ocupó una banca vitalicia en el Senado durante la restauración democrática. (A propósito, ¿Obama pensará en juzgar a George W. Bush? ¿La democracia ejemplar está en el Norte del continente?).
Con todo, el alfonsinismo siempre estuvo custodiado por caras pintadas con betunes y por botones dorados, y también tuvo su lado cínico: según Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz (1980) por sus esfuerzos en defensa de los Derechos Humanos, poco se hizo por los desaparecidos que seguían recluidos y con vida durante parte del reciente gobierno democrático, y se les dio la espalda a sus familiares. Era un tema tabú. Por otro lado, cuando terminaron los juicios a las Juntas, las presiones militares derivaron en la Ley de Punto Final de diciembre de 1986, que paralizaba los procesos judiciales contra los autores de las detenciones ilegales, las torturas y los asesinatos. Cuatros meses después, en abril de 1987, el “levantamiento carapintada” comandado por Aldo Rico -quien se jactaba de "haber combatido al terrorismo y luchado en Malvinas"- presionó para que se aprobara la Ley de Obediencia Debida: según la norma, aquellos que habían matado lo habían hecho por obediencia debida jerárquica, respondiendo las órdenes de la Junta ya juzgada. Se detenía así la cadena de juicios y el "Partido Militar" se aseguraba la impunidad de muchos que tenían el culo sucio... de sangre. Pero para Alfonsín la casa estaba en orden y con tales concesiones se evitaba otro derramamiento de sangre. Los argentinos podían entonces pasar unas felices pascuas: los militares no romperían más los huevos (por un tiempo).
Entre los sucesos que perdurarán en la memoria también pueden mencionarse la convocatoria al referéndum por el conflicto del Canal de Beagle con Chile, la Ley de Divorcio Vincular y los 14 paros generales que llevó adelante la Confederación General del Trabajo (CGT) contra la política económica de creciente ajuste, deuda externa, inflación y negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Es decir, contra lo que después fue moneda corriente en la economía nacional, aunque sin recibir tanta resistencia gremial. También quedarán en el inconciente colectivo la ilusión masiva de 1983, la renuncia presidencial entre saqueos y aprietes internos y externos, y el Pacto de Olivos con Menem en 1993, diez años después de aquella gran esperanza nacional de apertura democrática: ¿un Alfonsín distinto de aquél, pero casi igual?.
De todos modos, como dijo el propio Alfonsín en diciembre, cuando fue homenajeado en la Casa Rosada: “Sigan ideas, no a hombres. Los hombres pasan, las ideas quedan y mantienen viva a la democracia”. Por eso mismo no es correcto decir que falleció el padre de la democracia. La democracia no tiene padres ni madres (pese al gran mérito de las Madres). Esa es una visión muy naif, religiosa, paternalista y caudillista. Hace que Argentina sea algo así como el país de los muertos, un tango eterno. En todo caso, la democracia es la lucha por más democracia. Alfonsín fue, con errores y aciertos, un luchador que supo garantizar parte de la democracia (y partirla en dos grandes partidos). El pueblo debería defender, profundizar y llenar de contenidos esa palabra que enseñan en la escuela, como dice Mafalda. Por supuesto, si tiene ideas. En definitiva, ese es el punto final para un demócrata. Y una obediencia de vida (democrática).

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