21 abril 2009

Mates por la tarde: besos a la bombilla


El mate representa la amistad, al menos en latitudes gauchas. Por lo tanto, que una mujer oriunda de estas generosas tierras invite a un varón a tomar unos mates al parque no sabe para nada a hierba: es una mierda. Sobre todo si el varón en cuestión tuvo algún o algunos roces y rocíos con la dama de la recreativa propuesta, esa misma que, hasta hace un tiempo, en vez de cebar tenía a mano otras hierbas y solía posar sus labios una y otra vez, aunque no precisamente sobre una bombilla de metal o de madera.
Existen intercambios de babas más sensuales que otros. En el caso del mate se trata de un intercambio típicamente amistoso donde media un artefacto que impone cierta distancia y un orden tácito que debe ser respetado a través de la espera: primero le toca a uno, después al otro -los dos a la vez resulta imposible-. Si bien el mate se puede adulterar y/o decorar con cáscaras de frutas y otros aderezos, un código implícito dicta la no transgresión del orden descripto. Por lo demás, las charlas que le dan sentido experimentan los mismos matices que su contenido: por momentos se presentan agradables al paladar, cálidas y dulces, y por momentos descienden hacia la frivolidad y la amargura más pura.
De cualquier manera, la invitación a tomar unos mates no es propia de amantes. La persona elegida para compartir la tarde con la excusa de unos mates, es la que no se escoge para pasar la noche (seguramente esta última es convocada mediante otra coartada un poco más excitante). De hecho, hasta compartir un helado da lugar a una mayor sensualidad. Para comprobarlo basta remitirse a las publicidades de Epa! y a la de Magnum -que contaba con la participación estelar de Diego Capusotto-.
Incluso una infusión actualmente cuestionada y casi carente de onda como el café se haya impregnada de una mayor intimidad. La borra del café puede adoptar forma de corazón, el tinte del tinto y sus huellas pueden remitir a la pasión (las manchas de vino sobre un mantel dan que pensar). En cambio, unas manchas de mate nunca serán evocadas como evidencia de que sucedió algo interesante más allá de una conversación amena. El verde opaco del mate derramado sólo puede ser sinónimo de torpeza a secas. No en vano ninguna publicidad de yerba muestra connotaciones sexuales…salvo que Luis Landriscina pueda parecerle atractivo a una señora.
En definitiva, aceptar la proposición de tomar unos mates por la tarde implica consentir el incómodo mote de amigote. Esto puede comprenderse mejor si se hace la relación inversa: un varón sólo le propondría unos inocentes mates a la mujer que considera bastante fulera, o si él carece de las agallas para invitarla a ver una película, por mencionar solamente un ejemplo. Es cuestión de apetito: si le gusta, en todo caso la invitaría a comer. Desde la perspectiva femenina, en el supuesto de que una mujer estuviera interesada en una persona del sexo opuesto, no sería alocado pensar que prefiriera entonces el ofrecimiento de un Pico Dulce o el de un cigarrillo antes que el de unos mates.
El mate, símbolo de la amistad, en ciertas circunstancias se transforma en una de las costumbres argentinas de decir no con sutileza. Por lo general, cuando se pretende compartir unos mates con la persona con quien hubo algo o lo hay –hasta el momento-, es para hacerle el matete en servidas y hervidas dosis de histeria y amor pasado por agua. Es cuando el agua se enfría y los múltiples besos a la bombilla dejan un sabor amargo y algunos retorcijones. Por eso, si la persona que te gusta te invita a degustar unos mates, estás en jaque (mate): matate.

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