La Mujer de los Objetos
Tiene preciosas manos y en cada rincón de la pequeña habitación donde vive, un poco aislada de este mundo con tanto mal gusto, tiene objetos únicos que no existen en la faz de la tierra. Algunos construidos con sus propias manos, otros encontrados en lugares recónditos a los que sólo ella tiene acceso.
La mujer de los objetos es bellísima, de fugaces ojos brillantes, piel extremadamente delicada, menuda y de pasos leves. Cuando sale a la ciudad, ese urbano monstruo demencial, lo hace con cuidado porque teme ser herida por las miradas de la gente. Se mueve en las sombras, invisible, con sigilo, casi flotando entre las paredes de los gigantes edificios, cerca de los árboles, como un pájaro.
Tuve la suerte de conocerla y descubrir su escondite. La puerta de su guarida es un objeto digno de ser apreciado. Desde afuera, nadie es capaz de ver las incrustaciones de pequeñas piedras y el color azul verdoso con el que la mujer de los objetos decoró la entrada de su morada. Talismanes, pequeños cofres, piedras, papeles extraños, cajas romboidales, colgantes de hilos de colores opacos, maquetas y muñecos habitan y dan vida al recinto de la mujer de los objetos. Todo alrededor parece moverse. Las texturas y colores de los cuadros, las pinturas en las paredes, en cada uno de los muebles, los vestidos colgando de insólitos percheros adquiriendo vida si uno es capaz de observar con detenimiento. Cada micro-espacio es un universo con leyes propias, cada objeto adquiere relevancia o se complementa con el resto, según el lugar de donde llegue la mirada.
Sucumbí a la belleza de la mujer de los objetos. El encuentro, primero, se dio en las miradas, después algunas palabras llevaron al combate de los labios. Caí vertiginosamente en su cuerpo. Fue imposible resistirme. Todavía lo es. Es absurdo querer borrar de mi retina, el recuerdo de los dedos finísimos y blancos, manchados de pintura, revolviendo la taza de café, acomodando unos pequeñísimos libros para darle lugar a una azucarera carmesí, y luego los mismos dedos, en mi boca, recibiendo la saliva, preámbulo de un hermoso viaje en una cama voladora, en la que confundimos los cuerpos durante un tiempo que parecía haberse detenido.
Es difícil explicar que pasó después.
Las palabras confunden los hechos, casi siempre. Estuvimos tan cerca que hasta pudimos vernos los ojos y el alma. Nos fundimos en un abrazo que pareció durar meses, tal vez años. Aprendí mucho de ella y de sus movimientos. Nos desnudamos, tanto, que tuvimos que alejarnos.
Txt: Patricio Plant
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