Hoy elegimos traerles un arquitecto argentino poco conocido, tratando de reparar, aunque sea desde nuestro humilde lugar, el olvido que sufre su figura. De perfil bajo, Ernesto Katzenstein casi siempre trabajó asociado a nombres de peso. Justo Solsona, Antonio Bonet y Horacio Baliero, son algunos de los arquitectos de primera línea que en la segunda mitad del siglo XX trabajaron con él.
Nacido y formado en Buenos Aires, donde se recibe de arquitecto en 1958, Katzenstein dejó una obra personal silenciosa, sensible y densa, que no escapa de las exploraciones materiales y espaciales, pero con el acento puesto en lo fenomenológico: la luz, las texturas, las visuales, predominan por sobre el trabajo geométrico, no soslayado totalmente, pero siempre más atado a cuestiones puramente intelectuales. Sus edificios son engañosamente sencillos. Bajo esa apariencia se conjugan cualidades espaciales y sensoriales únicas con soluciones constructivas inteligentes y medidas. Exploró diversas escalas: la pequeña vivienda unifamiliar y la torre de oficinas son los extremos de su diversa obra, siempre tratadas con el mismo grado de compromiso.
Su obra se concentra sobre todo en Capital Federal, sus alrededores y en ciertos puntos de Uruguay. En una región, la pampeana, donde hay pocos árboles, donde la piedra tiene un alto costo, donde no existe la tradición de trabajo en esos materiales, el ladrillo se erige como uno de los protagonistas de su producción.
Ocupando un lugar tan poco frecuente como una de las fachadas de la torre de oficinas “Conurban”, en el barrio porteño de Catalinas, o modelando la compleja envolvente del Club de Campo “Los Lagartos” en Pilar, el ladrillo es usado plásticamente, aprovechando al máximo sus cualidades modulares y sensitivas. Particularmente en estos dos ejemplos, este material es puesto en tensión con otras lógicas: la torre presenta su cara hacia el río de la Plata totalmente vidriada, la estructura portante de hormigón armado atraviesa la piel vidriada y se expresa en el exterior, mientras que la fachada que mira a la cuidad es un altísimo muro de ladrillo de perfil quebrado, articulado por pequeños vanos, donde prevalece lo lleno por sobre lo vacío.
En cambio, el Club de Campo es un edificio predominantemente horizontal. La gran cubierta de tejas es equilibrada con el minucioso trabajo plástico de los muros de ladrillo, que conforma la piel, las terrazas, las escaleras.
Ejerció la docencia en la UBA desde finales de la década del ´50 y, en el año 1976, fue cofundador junto a Tony Díaz y Jorge Francisco Liernur de “La Escuelita ”, una suerte de facultad paralela donde se intentaron recuperar las cuestiones disciplinares por sobre las influencias de la política, que, desde la derecha o desde la izquierda, habían vaciado a la arquitectura de sus problemas esenciales para poner por delante los asuntos partidarias. “La Escuelita ” dejó de funcionar en 1983 y por ella pasaron, invitadas, algunas figuras internacionalmente reconocidas por sus labores en la teoría y la práctica arquitectónica. Por ejemplo, el italiano Aldo Rossi, el portugués Álvaro Siza y el inglés Kenneth Frampton, por nombrar algunos.
Murió en Buenos Aires en 1995.
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