Anoche, en la Sala Lavardén, Damián Dreizick protagonizó y guionó un unipersonal trágico-cómico de casi una hora que le sobró para que el espectador se vaya profundizando en algunas cuestiones.
Se entiende por unipersonal que estará sólo pero en este caso consiste en un círculo blanco, que delimita la isla, una roca y dos palitos para iniciar un fuego que ante la imposibilidad de prenderlo, lo terminará angustiando. El cuerpo solitario del actor en medio de ese círculo acentúa más aún el estado de soledad en el que se encuentra.
Una isla desierta de seres humanos es un lugar que puede ser disparador de muchísimas situaciones, en este caso, el actor interpreta un ciudadano común que al vivir en un departamento, al tener un bachiller, al concentrarse sólo en tareas cotidianas que le propone la civilización no sabría luego como sobrevivir en ese lugar. La única balsa que aparece, es una versión de Los Gatos, y suena como música de sala. A diferencia de un Pedro Serrano o de un Robinson Crusoe que se relacionaban con su contexto para guarecerse. Él no se conecta con la naturaleza ni tampoco busca accionar en alguna solución. Todo pasa por charlas, juegos, debates pero con él mismo. Incapaz de relacionarse con un árbol, un animal o con el infinito mar. No se da maña ahí pero sí que extraña aquella del encontrar la puntita que le permita abrir la cinta Scotch.
Extraña, extraña mucho, y se pone a recordar con cariño las insólitas cosas de la vida cotidiana como pagar una boleta en el Pago Fácil o las ganas de que le hagan una buena multa. Lo que nos hace pensar sobre la manera en que vivimos nuestros días, que rezongamos más de lo que disfrutamos o también lo rodeado de tantas circunstancias que nos encontramos imposibilitándonos, a la larga, de poder discernir entre los verdaderos valores vitales -Triple V (que no es lo mismo a V Triple)-.
La angustia y la soledad aparecen a lo largo del monólogo con un corte de humor y un manejo tanto del cuerpo como del lenguaje que son notables, en dónde muchas de éstas marcaciones ha intervenido su esposa, Vanesa Weinberg, quien se encargó de la dirección de la obra.
A diferencia de otros actores de su misma camada, podría ser Capusotto, Alberti, Casero, también podemos ir a Favio Posca para detectar que todos éstos en un momento utilizan proyecciones o cambios de vestuarios para que nunca el ritmo se detenga. Dreizick en cambio busca un lado más teatral, menos showman; siempre está en escena, con un par de alpargatas, una roca que encima está hecha con autoadhesivos y no todos los momentos son enérgicos, al palo. Hay pausas, silencios y una iluminación acorde a los climas que pretende expresar. Más humano. Conceptualmente nunca termina de encontrarle el sentido a las cosas que piensa, recuerda e imagina.
Hay muchas herramientas ya nombradas que utilizadas por el autor ayudan a vincularnos con la obra porque nos son cercanas. Sin embargo el trabajo de las emociones en escena es el punto más fuerte de La Maña porque no hace falta una gran escenografía, mucho menos ostentar miles de recursos electrónicos y ni tampoco sacar del placard trajes esbeltos. Sólo mostrarse con los estados de ánimo tal cual le sucedan y sin colocarse algún tipo de disfraz, las dóciles virtudes de Dreizick. Algo tan simple, que en nuestros tiempos, es tan difícil de encontrar.
Txt: Quintín Palma
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