20 julio 2008

La columna del Domingo

Lo publicado hoy salió el fin de semana en el Crítica, vale la pena..

Pensar bien
por Fernando Peña

Hay una teoría y una conclusión bastante elaborada y comprobada sobre el bien pensar. En el día a día de la vida, casi constantemente, como atajando pollitos, nos encontramos con situaciones adversas y con respuestas que no queremos escuchar.
“Ay, Fernandito, se me acabaron los Mu Mu de dulce de leche”, me decía Esperanza, la mujer de Alfredo, dos gallegos que atendían en el almacén de la esquina de la casa de mi infancia. Inmediatamente pensaba que era mentira, que era mi madre la que había llamado a Esperanza para decirle que no me diera los Mu Mu, porque se me picaban los dientes. Pensaba mal.
El pensar mal no es el mero hecho de desconfiar del otro, está directamente relacionado con la desconfianza propia. Es miserable. No es que crea que Esperanza me está mintiendo y me mezquina los caramelos por mamá. No, es mucho peor, no creo en mí, hay algo jodido en mí y confiar en mí es uno de los cuatro pilares que nos conducen hacia la felicidad. Y no hablo de una felicidad como sinónimo de chochera y al divino botón, sino de una felicidad consciente y profunda. El pensar mal habla de una horrible predisposición que parte de lo más intrínseco de nuestro ser. Es sinónimo de espíritu pobre, es la cárcel propia, el pozo. El terror.
¿Por qué ante una misma situación, dos personas pueden llegar a reaccionar de diferente manera? Tomemos el siguiente caso: Cachito y Pepito van al kiosco y piden cambio, la kiosquera les dice que no con un “ay me matasssssste, no tengo ni una moneda”, Cachito se da media vuelta y se va a buscar otro kiosco, pero Pepito enfurece, maldice a la kiosquera, aprieta los dientes, cierra las manos y siente que a esa hora, en esas latitudes y en ese kiosco, esa vieja chota no le quiso dar cambio a él y sólo a él.
El pensar bien es una forma de vida difícil de poner en práctica, porque del pensar bien, con buena fe y entrega, a ser un ingenuo y un boludo, hay una línea muy sutil que nadie quiere cruzar.
Los grandes y pequeños eventos, las noticias, los diarios, tienen para cada uno de nosotros una interpretación diferente. Pero luego de la interpretación objetiva debe ocurrir, por lo menos en primera instancia, el hecho de creer lo que leemos. Es muy difícil creer. Creer en cualquier cosa. Uno no le cree ni siquiera la hora a quien le pregunta en la calle, es nuestra naturaleza. La verdad la digo yo y es de mi propiedad.
Con el exceso de información al minuto, con celulares que hacen que todo sea filmable al instante, con noticieros que se nutren del material del televidente, con correos electrónicos pinchados, con camaritas, microfonitos, chips, blogs, logs, sitios y You-Tube, el siglo XXI se ha convertido en la pesadilla más grande del menos paranoico.
Podemos averiguar todo sobre todos. Si contás con un celular sos Maxwell Smart. Esto nos llevó a desconfiar por el solo hecho de desconfiar y cuando esto ocurre no sirve. La desconfianza que nace de la nada no habla de alguien perspicaz o intuitivo, habla de un desencantado… de un infeliz permanente.
Flota una manía de destruir la verdad a primera instancia, en la punta de la lengua hay un “no puede ser”. Hay una necesidad de construir nuestra propia noticia, nuestra propia versión de los hechos, construida a partir del mal pensar. Un mal pensar que a veces nos lleva a la ridiculez más estrafalaria, rebuscada e infantil.
Desde mi programa de radio empecé una campaña, el jueves, para ver quién me hace caretas con la cara de Cobos, el nuevo héroe nacional. Creo que si se hubiera estrenado el jueves la película “Cobos, el caballero del Congreso”, le hubiera hecho una gran sombra a "Batman, el caballero de la noche".
Soy escritor. Soy curioso pero, sin embargo, quiero creer que Cobos es un hombre con principios y convicciones firmes. Creo que no quiso traicionar al Gobierno, simplemente dijo “en ésta no te sigo”. Si a esto lo llevamos a otro plano no habrá por qué desconfiar.
Un grupo de amigos decide escalar una montaña, uno de ellos a los mil metros dice: “Yo me planto acá, sigan ustedes”. Tan simple como eso. Tan llano como eso. Creo que nadie desconfiaría de esta situación, se cansó, le dio miedo o lo que fuere y punto. Nadie vería una traición. Tenemos una interminable capacidad de entorpecer y afear los hechos. No sé por qué pitos y por qué flautas nos cuesta tanto aceptar las cosas como nos las cuentan. En la Argentina siempre vamos sin escalas a la condena, a la desconfianza total y a la construcción de escenarios apocalípticos.
El miércoles a la noche, el día de la votación, fui a alquilar una película a ver si tenían una buena de miedo, ya me había cansado de ver la mala de miedo que había visto todo el día en los noticieros. En eso, un huevón le comentó al pibe que atendía: “Me dijeron que parece que Cristina ya firmó la renuncia… sí sí sí me dijeron, bah!.... y bueh!!, tendremos otro nuevo presidente…”. Empecé a pensar en por qué este huevón decía lo que decía y la respuesta llegó enseguida, algún boludo corrió la bola en el laburo. Algún boludo que pensó mal. Algún boludo catastrófico. Algún boludo tajante. Algún boludo terrorista.
Con lo de Cobos también ya escuché bastantes estupideces, que sean verdad o no, pueden empañar un resultado, pero no lo borran. Son chismes que no hacen al hecho, ni suman ni restan. Todo gira alrededor de la plata. Que hayan pagado a las FARC 20 millones de dólares no quita ni impide que Betancourt esté libre, que Cobos haya recibido dinero o no no quita ni impide que él realmente piense como piensa.
Pensemos bien. Y sobre todo pensemos que siempre el dinero está de por medio, en todo, ya sea contante y sonante sobre la mesa, taca taca en la mano, en cheque o en transferencia a las Gran Caimán. Siempre hay guita en el medio, flaco, entendelo. Todos valemos algo, aunque sea un poquitito pero valemos algo y nuestras acciones, también lo valen.
Si Cobos hubiese votado así y no hubiera habido ni plata, ni interes políticos, ni ningún tipo de beneficio, aunque sea el de reinvindicar su cara de boludo, o si lo hizo para tener sus quince minutos de fama al salir del ostracismo que otorga la vicepresidencia, no sería humano, sería una especie de virgen o ángel, cuyo nombre aún no conozco.
Si no hubiera habido guita, Ingrid se hubiera podrido en la selva. ¡Qué importa! Si la señora del kiosco no te da cambio, no necesariamente es porque te odia; a lo mejor no lo tiene o a lo mejor anda a saber por qué, tal vez lo necesita para salvarle la vida a su hija hemofílica… ¡¡¡No lo sé!!! Lo que sé, es que hay un exceso de desconfianza, de escepticismo, de creernos más periodistas que los periodistas, de que me lo dijo un empleado de la SIDE amigo de un amigo, de que lo sé de buena fuente, de que se comenta y de viveza criolla que cada día demuestra más, que en vez de viveza, es torpeza.
No digo que nos chupemos el dedo, no digo que seamos ingenuos, pero tampoco destruyamos los hechos contundentes de nuestra realidad cotidiana, ya sea un caramelo Mu Mu o el contravoto de un vicepresidente. Si no hay un poco de fe, si no hay un poco de confianza en el otro y en nosotros nos encerraremos en nuestra eterna desconfianza. Eso no nos hace más intelectuales, no nos hace más rápidos ni más pillos ni más vivos, nos hace infelices y estúpidos. Es mucho más fácil pensar mal que pensar bien.
De una vez por todas tomemos el camino difícil, tal vez ésa sea la gran solución argentina.

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