21 septiembre 2008

La columna del Domingo

Capítulo XXI - En caída libre

Nunca le había caído nada del cielo. Joan se llamaba. El nombre, se lo había puesto la vieja y no porque el padre fuera mudo. Joan, jamás tuvo una figura paterna. Es que la madre, no podía elegir entre tantos hombres con los que se había acostado en aquel verano del 87`. “Es cierto, en esa década estuve fuera de foco”, solía confesarse. Fotógrafa de profesión. A él, no le gustaba ese nombre: “Ya verán, a partir de cualquier tarde, me haré llamar Federico o Pablito, algo popular y universal”, decía cuando se enojaba con su madre pero también, lo utilizaba como latiguillo cuando se le presentaba a una mina (ahí sí, ofrecía muecas). Ah, el pibe era colorado.
A los 15 años tuvo un trauma que lo marcó aún más en su vida. Así, sus padres dejaron de tener tanta trascendencia. Caminando por la vereda, cargando una lata de gaseosa, le cayó desde un balcón una maceta gigante. La lata voló y un mendigo, llegó a salvar el “culito” de coca que le quedaba a la lata. Joan, en cambio, terminó internado porque el macetazo le abrió la cabeza. Desde esa mañana, sus días en las calles son muy paranoicos.
Empezó a caminar por los bordes de las veredas, pegadito a los frentes de las casas. Monopolizando las puertas de los edificios para resguardarse, ver que no cae nada y a seguir pateando. Cansado de cruzar de vereda en vereda por las mismas cuadras, se encontró con que los ciudadanos se le reían al verlo porque quería ir a estudiar o a pasear su perrito, con un casco de moto puesto. Comenzó a aventurar con vacaciones en islas desiertas o en terrenos montañosos pero siempre por lo alto, saltando de cerro en cerro. Aunque para disfrutar, disfrutaría los días lluviosos, se lo notaba sonriente con un gran paraguas de considerable tamaño sombrilleresco. Buscaba soluciones poco frecuentes porque de tanto mirar hacia arriba, acusaba dolores en el cuello al caer las noches. Y ya no quería masajearse con los deditos.
Pasaron 6 años y es una costumbre para el colorado convivir con ésta sensación de constante persecución. Antes, se divertía cuando en los dibujos animados, a alguno de los personajes se les caía un piano por la cabeza. Ahora, celebra demoliciones o atentados contra cualquier edificio de la humanidad. Circunstancias no elegidas que, de golpe, pueden cambiar el bocho y dejar huellas que a veces duran demasiado.


Txt: Quintín Palma

2 comentarios:

Matias Bordione dijo...

A él, no le gustaba ese nombre: “Ya verán, a partir de cualquier tarde, me haré llamar Federico o Pablito, algo popular y universal”, decía...

JUAJUA MUY BUENOOO... LAS COLUMNAS DEL DOMINGO SON LO MAS. AGUANTE QUINTIN PALMA, NIÑO PRODIGIO...

Anónimo dijo...

A ese colorado que le gustan las demoliciones si lo agarra Birabent lo caga a piñas.