17 junio 2006

Al otro, a Borges


Ciego a las culpas, el destino suele ser despiadado con las mínimas distracciones”. A 20 años de la muerte de Borges, el destino no es para nada despiadado, ni ciego, ni distraído.

Es verdad que Borges ya no está entre nosotros. Es verdad que no parece que hayan pasado 20 años. Es verdad. Porque sus textos están en nuestras cotideaneidades, porque la huella que dejó en nuestra literatura nos sumerge una y otra vez en sus ficciones. Como diría Rodolfo Walsh, qué difícil es hacerle justicia en unas pocas líneas, a quien a pesar de su formación europeísta reivindicó temáticamente sus raíces argentinas, y en particular porteñas.

Le disgustaba que llamaran “obras” a sus escritos, “porque las obras son algo que está completo y Borges es siempre incompleto”, decía, parodiando la venta a sus propios cuentos que se vendían por sí solos bajo el rótulo de “Obras completas”.

Sus escritos y narraciones son reconocidos por las violaciones y la falta de respeto hacia las formas convencionales del tiempo y del espacio, desfigurados y maltratados con el fin de crear mundos alternativos cargados de contenido simbólico, con una estructura que responde a pequeños engranajes que descolocaban el sentido.

Poder ficcional, ideas indispensables, acertijos irresueltos, mundos paralelos, signaron sus lecturas que se transformaron en desafío de lectores alrededor del mundo.

Como él mismo se catalogó, no se trata de un solo Borges, sino de una multiplicidad de inteligencias y personalidades, de varios genios en un solo cuerpo, de un monstruo con muchas cabezas, de muchos otros Borges en uno solo.

Sus relatos proféticos nunca perderán la vigencia, borrando el delgado límite que separa la ficción de la realidad. Y eso es lo que le pasa a uno con Borges, uno ya no sabe si la literatura copia a la historia, o si la historia copia a la literatura. Y eso, es inconcebible.

A 20 años de su muerte, no se trata de evocar su ausencia, sino de celebrar su presencia, su voz siempre latente, su capacidad literaria incomensurable y sus historias que nos atraviesan en múltiples direcciones y que colaboran en un eterno redescubrimiento.

Volvamos a Borges. Una y mil veces. Porque es verdad. 20 años no es nada para quien vivió y se dejó vivir. Para Borges, que pudo tramar su literatura. Y esa literatura lo justifica.

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