Alejado aquí de las drogas y el rock, pero no del sexo, Enrique Symns continúa con el registro testimonial iniciado en El Señor de Los Venenos. El motivo ahora es un "caso policial" no resuelto: el asesinato de una turista argentina en Río de Janeiro. Dejado en libertad, el acusado en primera instancia decide vengarse y contrata a nuestro "héroe" para revisar el caso, con el objetivo último de reclamar una indemnización. El asesino anda suelto, y el dilema es averiguar los motivos de este crimen aparentemente absurdo e inexplicable y llegar a una reconstrucción verosímil. En realidad este es "el cebo" de un relato que va y viene entre la crónica policial dura (con una inesperada vuelta de tuerca) y un rizoma de historia entrecruzadas de viajes iniciáticos y personajes marginales de la fauna under de Buenos Aires, Río de Janeiro y Buzios, en la mejor tradición de una picarsca border.
Fragmento de su nuevo libro, Asesino
El 19 de septiembre de 1994, al día siguiente de que Rafael Arrieta llegara a Buenos Aires luego de atravesar una pesadilla carcelaria de casi un año, yo estaba instalado en una de las mesas más ocultas de Liberarte, el bar y centro cultural ubicado en un sótano de la calle Corrientes, leyendo muy interesado la noticia de su liberación publicada en Clarín.
Conocía perfectamente el laberinto lunático de la justicia carioca, y todavía podía recordar con cierto viscoso impacto espanto las celdas de la 14ª Delegancia de Leblon, donde había estado preso dos décadas atrás. Así que me identifiqué de inmediato con las penurias del guía de turismo. No hay delito que justifique la perversa sofisticación del castigo carcelario.
Siempre leí con un interés casi adictivo las noticias policiales; suelen ser la zona más refrescante de cualquier diario. Su verdadero nombre debería ser “Delicuenciales”, ya que son los que cometen un delito (y no aquellos que lo reprimen) los auténticos protagonistas de los sucesos que allí se narran. Estoy convencido de que cualquier lector recuerda el nombre de al menos tres o cuatro delincuentes legendarios y rara vez el de algún policía heroico. No existen los héroes a sueldo. En “Policiales” todavía se puede husmear el aroma de la selva de la vida, que en las pasiones criminales (aun en las más crueles) laten las salvajes remembranzas de nuestra animalidad extraviada. Quizá la única narrativa posible en los diarios de hoy sea la que leemos en la sección Policiales.
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