15 noviembre 2009

El flaco Spinetta dió un adelanto en un bar de San Telmo de lo que se verá en Vélez

Por Eduardo Fabregat para Página/12


Los ríos de baba inundaron la esquina de Balcarce y Chile en Baires. Suele decirse que los periodistas de rock se van recubriendo demasiado de cinismo: que la necesidad de abandonar los modos y las visiones del fan en pos de una necesaria objetividad nos convierte en una suerte de muros inconmovibles. Que el ejercicio de la profesión nos aleja de la sensibilidad del público. Que al final todo da lo mismo, que cada evento es la oportunidad de lanzar un comentario sardónico por lo bajo.
El jueves por la noche, más de un fan se hubiera divertido de lo lindo: el sindicato de la prensa rockera en pleno, asistencia casi perfecta, de boca abierta, pellizcándose, mirándose unos a otros con auténtica incredulidad, como en aquel primer show que decidió el destino de cada uno.
Spinetta, Pomo, Machi, Cutaia, Frascino, Amaya, Lebon, García, Molinari, Del Guercio, Sujatovich, Vadalá, Nicotra, Verdinelli, Cardone, un tal Charly: el lugar hervía con el álbum más o menos completo del universo Luis, Invisible apenas estaba probando sonido y en el salón flotaba un aura de irrealidad. “No lo puedo creer”, se escuchaba en todos los rincones. Un cacho enorme de la historia del rock argentino se paseaba por el lugar, se saludaba, se abrazaba. “El 4 de diciembre cuando toquen en Vélez cuelgo los botines”, dijo un testigo.
¿Exagerado? Sí. El fanatismo es exageración. Y el señor Luis Alberto Spinetta produce fanatismo no por marketeo sino por exclusiva culpa de esa obra gigante que viene construyendo desde 1969, porque se pone a cantar que es un amor de primavera que anda dando vueltas, y que la indómita luz se hizo carne en mí, y tiene la voz intacta y la guitarra roja impecable, y disfruta viendo a Pomo redoblar y a Machi exudando serenidad mientras construye un muro de sonido, y a David y el Bocón poniendo al rojo las válvulas en “Me gusta ese tajo” (“¡¡¡Boludo, estamos viendo a Pescado!!!”), y ahí están los cuatro Almendra, los del ‘69, los de El valle interior, y qué importa que ya no sean tan chiquitos. Vélez está tan cerca y tan lejos para tanta ansiedad.
El Café Molière estuvo lleno de periodistas, pero todos dejaron la armadura en la puerta. La cebadura que ya había ocasionado el rumor, y el anuncio, y la conferencia de prensa en el 25 de Mayo, se multiplicó por cien, por mil, por una cifra incalculable. Vimos a Invisible, a Pescado, vamos a ver a Jade, y a los Socios y a Almendra, y a formaciones selectas del Flaco solista, y aun algún invitado más. Spinetta, nombre mayor del mejor rock de este país, los reúne a todos. Un antídoto contra todos los males.

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