15 octubre 2008

El silencio de los corderos

La aparición reciente de Enrique Symns, director de la mítica revista Cerdos y Peces, en un diario con gran tirada nacional le sumó al periodismo una cuota de interés entre tanto desinterés que seguirá dando vuelta. Les dejamos a continuación una genial columna que publicó hace unas semanas el autor de "La vida es un Bar", su último libro.

Schopenhauer
fue quien planteó con más firmeza la pregunta sobre el significado de “la multitud” y lo multitudinario. La multitud no es nadie. En la multitud no hay nadie. La multitud ni siquiera habla, es hablada. Y por tanto lo que hay dentro de ella es una nada ruidosa.
Estoy convencido de que los hombres no somos semejantes. Somos tan diferentes como lo son nuestras huellas digitales o nuestro ADN. Cualquiera de los discursos sociales que nos convoque a la semejanza será sospechosamente manipulador y en algunos casos, fascista.
Lo que resulta evidente es que en los oscuros tiempos en los que prevalece lo multitudinario, la individualidad se extingue y las voces del misterio se ocultan en la oscuridad que generan las creencias masivas. Hace unos años lo anunció el filósofo Theodorov: “Nunca como hoy la palabra estuvo tan prohibida”·
En el transcurso de esta década, escuché en todas las conversaciones que me merodeaban un signo desesperante: todo lo que se hablaba era una descarada publicidad del silencio. Hablar es empezar de nuevo, es subvertir lo que dijimos ayer. Lo que escuché, en cambio, era un silencio aterrador, cómplice de un complot globalizador.
En el presente, casi todas las conversaciones que escucho sólo denuncian su miedo a hablar. Nadie dice nada. O todos se apuran para manifestarse arrepentidos. Es la más compleja conjura de los necios que puede describirse. Los argentinos nos hemos convertido en diseños ejemplares del hombre “sujetado” que describió Hobbes. Pensar se parece más a saber preguntar que a responder memoriosamente lo que ya sabes. Si tienes tu respuesta, entonces no estás pensando.
Michel Houellebeck coloca una frase asombrosa en el comienzo de uno de sus libros, una frase que ilumina el abismo de la ignorancia que nos aprisiona. Dice: “¿Qué es lo primero que hace una rata inteligente cuando se despierta?… Husmea”. Cuando dejas de husmear, te transformas en un militante de tus creencias.
Estoy convencido de que fuera de Engels y de Trotsky, la izquierda jamás pensó. El pensador no busca soluciones. Sabe que no las hay. El marxismo y, sobre todo, el trotskismo, fueron religiones que intentaron “salvar al hombre”. La militancia fue siempre una palabra muy sospechosa: el verbo militar coincide con el sustantivo militar.
Pero ese silencio vergonzante no se ubica solamente en la geografía del discurso de la clase media. Está expresada con mayor vigor en las poesías y en las canciones del rock nacional. Hasta fines del siglo pasado, no era tan visible como hoy el rumbo que ha tomado la poesía y las letras del rock.
Los grandes poetas y los grandes letristas del rock (Charles Bukowski, Raymond Carver, Roberto Bolaño, Lou Reed, Leonard Cohen, Tom Waits) usan sus estrofas para narrar las vicisitudes del mundo. No están persiguiendo ciertas rimas o ciertos hallazgos gramaticales.
En sus letras el mundo nos surge. Hasta se siente el aroma de esa desdicha en que consiste existir, las calles del mundo se sienten visitadas por esas voces. Ninguno de esos tipos que mencioné parece estar alojado en el salón de vanidades de los triunfadores. Si no vas a contarme nada, no me hables. No me interesan los frívolos vericuetos de tu alma ni los emocionados reclamos de una vida mejor.
¿Cuándo comenzamos a percibir la inmunda borrachera de letras que convocaban a la argentinidad y al festejo de la muerte del alma? ¿Fue solamente responsabilidad de Santaolalla y su aclamada capacidad de transformar un disco inteligente en una hamburguesa exitosa? ¿Nos dimos cuenta al sentir náuseas cuando nos embadurnábamos con esa melaza musical de Bersuit, Los Piojos o La Renga ubicada a miles años luz del más talentoso disco jamás escuchado en castellano: Artaud, de Luis Alberto Spinetta?
Dos enfermedades acosan a los compositores argentinos: la mediocridad de todas sus composiciones y la carencia irremediable de talento para componer discos conceptuales, escapado de esa celda de cancioncillas exitosas en la que se encuentran aprisionados.
Sin embargo, muchos de nosotros seguimos aguardando el advenimiento de los poetas. La aparición violenta y lacerante de una voz que surja de los abismos para resignificarnos. Mientras tanto, nos encontramos sumergidos en esta empalagosa ciénaga de música repulsiva.

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