Pero ahora en I’m Not There, el director reniega lisa y llanamente de la clásica estructura aristotélica, abjura de la cronología, rompe con la linealidad del relato. Todos los Dylan el Dylan conviven desde el comienzo mismo del film, que alude –más por el sonido que por la imagen– al famoso accidente de moto que en 1966 habría provocado uno de los primeros giros en su vida y su música.
Y el que mejor retrata la película: el Dylan modelo 66, aquel que en el festival folk de Newport ofendió a su público con una música eléctrica y rockera. Haynes lo muestra muy bien, arriba del escenario, disparando una metralleta sobre la gente. Ese Dylan –que se hace amigo del poeta Allen Ginsberg y en Londres se divierte jugando como un chico con The Beatles– es el que compone Cate Blanchett, quien con la ayuda de un blanco y negro de noticiero logra mimetizarse con su personaje de una manera notable.
Film proteico, pleno de ideas, de una libertad infrecuente (a tal punto que no siempre tiene el rigor que tenían otras películas de Haynes, como Safe o la notable Lejos del paraíso, donde recreaba el universo de Douglas Sirk), I’m Not There se permite no mencionar ni una sola vez el nombre de Bob Dylan y al mismo tiempo que su figura crezca y se multiplique en innumerables direcciones, muchas veces insospechadas. Otro tanto sucede con la banda de sonido, que incluye no menos de veinte temas de Dylan, auténticos clásicos en sus versiones originales (“Like a Rolling Stone”, “I’m Not There”, “Trouble in Mind”), además de espléndidos covers a cargo de Sonic Youth o Charlotte Gainsbourgh.
Por Luciano Monteagudo, Página 12, 19/06/2008
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