27 noviembre 2013

Editorial de Apología #8 / Romper la pared



Hace ya 4 años que venimos insistiendo con este proyecto, cuyo sentido positivo, más allá de la aventura que implica para nosotros llevarlo a cabo, nace a partir de un grupo de personas que esperan, comentan, critican, se entusiasman e intervienen el contenido aquí expresado. Es en esa instancia donde estás páginas demuestran que están vivas, más allá de la calidad de una foto o el leve brillo de una frase bien lograda.
Las tranzas de la policía, la corrupción de los políticos, la explotación de los trabajadores y el desamparo de los desposeídos, inevitablemente, son los ejes que han atravesado muchas de nuestras notas, construidas siempre a partir de historias que escuchábamos en las calles, en los barrios y las esquinas; historias que evidencian un profundo saber popular sistemáticamente negado y silenciado por quienes hoy controlan los discursos, historias cuya verdad desenmascara – consiente o no de su accionar- el decorado con que se intenta tapar el transfondo de nuestra experiencia cotidiana y por otro lado invita a conocer ese mundo de símbolos y valores que constituyen nuestra espiritualidad más íntima, nos conectan con los otros y nos sostienen en la adversidad.
El intentar acercarse a ese saber es quizás lo más importante que ha tenido esta revista: en épocas donde las tecnologías comunicacionales abren numerosas perspectivas de diálogo, la escucha y el encuentro con el otro resultan cada vez más negadas, sobre todo si ese otro pertenece cultural o socialmente a estratos diferentes.
Esta búsqueda es uno de los objetivos principales – o debería serlo- de todo periodismo honesto. Romper la pared, dejar la anestesia, sensibilizarse. Salir del guión con que automatizamos la vida y poder sentir, adentro nuestro, al lado nuestro, aquello que nos habla, nos interpela y nos conmueve.
Vano será la gran historia del niño que vive en la basura, del hombre con ojos de cemento o la mujer que no tiene con quién hablar, si, una vez escrita hábilmente por nosotros y contemplada y admirada por ustedes, nos damos la mano como grata despedida y, una vez terminadas nuestras rutinas, nos conectamos con el mundo encendiendo el televisor.

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