No hay ningún tema que se llame Temporada de conejos en el disco, pero la frase aparece mencionada en No vamos a parar nunca, segunda canción, y los conejos saltan en algún otro recodo del CD. Buscaglia juega de tal manera con las palabras que no necesita explicar nada; esto es poesía pop, toma frases y lugares comunes de la cultura popular casi siempre con múltiples significados, como Diablo débil o como muchos de los versos de casi todas las canciones, tanto en castellano como en inglés, en la genial Spam. Un sentido del humor con mucho de absurdo, que es heredero directo de tanta canción uruguaya. El soporte de tanta palabra varía, desde el funk al reggae, pasando por ritmos tropicales, por bellas baladas, un blues con bombo legüero a dúo con Kiko Veneno y con mucho coqueteo con la cultura rock de este lado del mundo. Hay momentos magistrales como Fico fue a la montaña, balada algo beatle, algo Spinetta, con un arreglo de cuerdas y voces muy bien escrito; o como Oda a mi bicicleta, que nos trae ecos de Fernando Cabrera o Eduardo Mateo, cierta desolación en la poesía, un aire a mañana fresca de Montevideo.
Para esta nueva aventura sigue con sus fieles escuderos, los hermanos Ibarburu (Nicolás en guitarra y otros instrumentos, Martín en batería, ocasionalmente Andrés en violonchelo) y muchos invitados, estelares y de los otros. El propio Martín Buscaglia canta, toca la guitarra, el bajo, el piano, la marimba, instrumentos informales y cosas que no son instrumentos también. Grabado con perfeccionismo en Montevideo (salvo algunas grabaciones adicionales hechas en distintos lugares y tiempos), mezclado en Madrid y masterizado en Buenos Aires, Temporada de conejos es un desparramo de energía y creatividad de Buscaglia, y necesita de varias escuchas para que se le pueda “entrar”.
Cualquier intento de definirlo o interpretarlo en pocas líneas estará condenado al fracaso de antemano, hay que tratar de aprehenderlo en sucesivas jornadas; da para muchas, innumerables repeticiones. Como en una miniatura medieval, está lleno de detalles, formas, colores y luces de distinto tamaño en sus 14 canciones. ¿Catorce? ¿Leí bien? Sí, porque el final es una coda (con “c”) con homenaje a John Cage incluido (inmejorable interpretación de una de sus piezas más célebres) que dejamos posteado aquí abajo y un último track de despedida que refuerza la intención del compositor y pensador estadounidense.
–Cuando comenzaste con tu carrera y tenías que explicarle a alguien tu propuesta, ¿qué decías?
–Mirá, mi primer disco fue una grabación de unos demos que había hecho con Juan Campodónico (Bajo Fondo, Peyote Asesino) y nunca tuve que salir a explicar lo que hacía, por suerte; nunca tuve la necesidad de explicarme. Para eso las canciones son de lo más perfecto que hay. Canciones es lo que siempre quise hacer, pero al mismo tiempo siento que las estoy reconstruyendo y rearmando de nuevo como si fueran un Frankenstein. Este disco lo vivo como más alejado del lado cancionero, aunque siempre puede variar. Plácido domingo era más cancionero y El Evangelio... ya tiene una interferencia. En éste el plan primario era no hacer un disco de canciones. Yo quería hacer como una exageración, una hipérbole de unos puntos que me gustan, como trabajar las letras o meterme con cosas rítmicas.
–Sos un ávido lector y siempre estás en actitud de búsqueda. ¿Pensás que para un músico un libro puede ser más influyente en su obra que un disco?
–Sí, totalmente. Yo tengo un amigo español que es flautista y que en El Evangelio... en la canción Budismo tropical toca una muleta, de esas que usas cuando te rompes una pierna. La flauta que escuchas en ese tema es una muleta (risas). Porque él ve todo en forma de tubos por donde puede pasar el aire. A mí me pasa lo mismo pero con hacer canciones. Cualquier cosa que sucede a mi alrededor, me sirve. Soy un consumidor voraz de libros y considero la lectura algo tan influyente como la música. La lectura es sumergirte en mundos que generan una situación favorable para la creación y ayuda a profundizar las búsquedas.
–Hoy la obra de un artista en muchos casos se resume a una canción que rota en la radio. ¿Creés que se perdió un poco el valor de la obra artística?
–Mirá, eso a mí no me pasa pero sé que eso pasa, y es un bajón. Sacar un disco tiene que ser un evento muy importante, por más que la tecnología ahora lo haga todo más fácil. Temporada de conejos lo hice en el estudio de casa y lo mezclé en España, también en una casa, y está buenísimo que eso pase y que cualquiera pueda hacer un disco y que alguien talentoso no deba pasar por filtros económicos para editar su material, pero también cualquiera saca un disco que no sé si debería hacerlo. Sacar un disco tiene que ser algo potente. Tenés que estar convencido de que estás proponiendo algo que va a generar cosas, que puede perdurar y conectar con la cabeza de otro. No me interesa sacar canciones porque me gusta tocar. Me embola cuando hay bandas con discursos simples que dicen “nosotros tocamos y hacemos lo que podemos”. ¡No! Para eso quedate tocando en tu casa, sacá los temas que te gustan y comprate una guitarra increíble. Yo considero a un disco como una obra o parte de una obra.
–¿Sentís que el artista tiene una responsabilidad?
–Absolutamente. Hace bastante tiempo que soy consciente de eso y puedo recordar cómo fue el proceso donde noté que comenzaba a tener responsabilidades arriba de un escenario. No es que la primera vez que subí me di cuenta. Es un poder que tenés ahí arriba, es una responsabilidad, pero también un gran poder. El escenario te coloca en un lugar de acuerdo con la letra que hiciste, con la música que tocas, cómo te mira la gente. No podés ir a tocar como vas al almacén, no es lo mismo. Yo lo vivo como un momento de colocón, entrega y libertad.
–En los últimos años la cultura ha influido cada vez más sobre el campo social y se presenta como un bastión de resistencia ante la falta de respuestas políticas. ¿Ese contexto hace que se modifique el rol del artista?
–Sí, estoy de acuerdo con eso. Noto un florecer de la cultura en Uruguay, tanto de artistas haciendo cosas como de propuestas, bandas que salen o gente que arma festivales. En un momento aparecieron bandas más rockeras y era evidente que ocupaban un rol que antes tenía la política. Y los guachos y la masa en lugar de seguir una ideología empezaron a seguir a unos cantores, aunque ese rol no es sólo de los cantores; también lo puede ocupar el poeta abstracto, el que baja línea y hasta el que hace música instrumental.
–El domingo pasado José Mujica se convirtió en el nuevo presidente de Uruguay por el Frente Amplio. ¿Sos optimista respecto del futuro político de tu país?
–Mirá, no es casualidad que muchas de las cosas que se motorizan desde la cultura en Uruguay tengan que ver con la movida que ha hecho aquí la izquierda. Ahora que ganó el Pepe Mujica... bueno, las cosas por algo pasan, aunque es muy fuerte de golpe dos gobiernos del Frente Amplio. No sé si lo del Pepe fue más emocionante que lo de Tabaré, porque era la primera vez, pero fue tremendo. Que el Pepe sea presidente de Uruguay es como que en Argentina hubiese sido presidente Atahualpa Yupanqui. No soy patriota ni nada, pero me da orgullo y me gusta decir “¡qué bien, loco, por fin este país puso a gobernar a un tipo como Pepe!”
Txt: La entrevista salió publicada en el suplemento NO de Página/12
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