Dirección: Paolo Franchi - Int.: Barbora Bobulova, Andrea Renzi.
En las de Paolo Franchi y en las miradas, silencios y gestos de sus tres protagonistas, es una película cargada de una serena y a la vez apasionada y arrolladora soledad. Una película hermosamente tranquila por la que fluyen corrientes subterráneas que hacen temblar no sólo la pantalla, la cinematografía misma, sino el alma, el corazón, los ojos, de los espectadores.
La spettatrice cuenta lo que tantas otras novelas y películas han contado: una locura de amor. Esa clase de espasmo pasional que nos hace perder el control de nuestras vidas, del cuerpo, de la mirada. Sólo existes mientras miras al objeto de tu deseo. Sólo vives cuando te acercas a él. Pero entonces, el temblor de tu alma es tan fuerte que has de alejarte. Acaso sea sólo cuestión de moléculas, de partículas en suspensión, de enzimas.
La espectadora está encarnada maravillosamente por Barbora Bobulova. Desde el inicio de la película se empieza a dibujar su obsesión, por un hombre bastante mayor que ella, vecino suyo y al que observa casi a cada instante por pura fascinación. Viven en Turín, ella es traductora y él es un investigador científico, pero no se conocen. Pero Máximo ha tomado una decisión, la de viajar a Roma para continuar sus investigaciones y comenzar una nueva vida con su pareja, Flavia. Valeria, la spettatrice, al principio no conoce su huida a Roma, pero su simple ausencia le hace sentirse inquieta, ahora que lo ha perdido sabe que de alguna manera le necesita, por eso , cuando sabe que ha viajado a Roma, casi de casualidad, ella realiza el mismo viaje, sin saber lo que va a encontrar en Roma, por cuanto tiempo, ni siquiera qué es lo que busca. Quizás simplemente verle, y lo consigue. Pero cuando la novia de un hombre y la mujer que está obsesionada con él se llevan fenomenal, el hombre en cuestión parece estar en medio de ambas, como otro espectador.
Rodada como tienen que ser filmadas esas historias, en escorzo, en penumbra, en silencio, sobre aguas calmas pero vertiginosas, en largos pasillos universitarios y cortas tomas sobre los rostros, La spettatrice, galardonada con un premio David Donatello en su país de origen, es también una muestra más del bello pero lento renacer del cine italiano. Un renacer profundo, quedo, sereno, que no trae confort ni a las almas ni a los cuerpos pero nos enfrenta a una manera de hacer cine cuajada, profunda y, por tiempos, estremecedora.
Por Begoña del Teso, Diario Vasco, 23/01/2007.
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