Con el presentimiento de que otra etapa más se está terminando, para afrontar la situación de alguna manera, me preparé unas buenas dosis de San Pedro, un cactus traído del último viaje a Valle Fértil, San Juan.
El San Pedro es un cactus que contiene ciertas sustancias psicoactivas, parecido en algún punto al peyote que también contiene mescalina, (recomiendo la página www.mind-surf.net/drogas de una tal Karina Malpica que tuvo la curiosidad de probar casi todas las drogas del planeta y volcar generosamente toda esa data en la net). Convertido ahora en un polvo verde fosforescente, aprovechando el maravilloso día fresco y nublado del sábado, me puse a cantar y tocar la guitarra, mientras metía la sustancia en el mate y la bombilla se encargaba de trasladarlo a lo profundo de mi estómago.
El Pedro empezaba a subir. Se levantó L de dormir, charlamos un rato, le dije que estaba tomando, le ofrecí, no aceptó y se fue. El Trichocereus Pachanoi ya estaba dentro mío. El día resplandecía, se había nublado y decidí mirar como estaban las plantas en la terraza. Fue el primer golpe: tres plantas, una de las cuales era la más grande que teníamos, habían desaparecido, solo quedaba el tallo. Me angustié completamente. La impotencia que tenía ante esa situación me generó bronca, malestar y tristeza.
Una colección de mantras del Lama Gyourme llenaba el display del Winamp y mis oídos y mi cuerpo y mis sentidos. Estaba hasta las manos. No le aflojé en ningún momento al mate y mi estado de sensibilidad fue en aumento. Estaba muy angustiado y lloré mucho. No puedo explicar porque motivos, pero básicamente lloraba por todo. Miraba las plantas del pasillo, iba a mi habitación, miraba los libros, el colchón, el patio, la terraza, el sol, los gatos, la lluvia que empezó a caer, me acordaba de la gente que quiero, de todos y cada uno y lloraba. Lloraba a mares y la lluvia era inmensa. La sensación más fuerte era la de sentir a la vida como un huracán tan poderoso que a veces asusta. Tan poderoso que a veces da miedo. Tan poderoso que me inmoviliza y no me permite fluir. El día me acompañaba. Estaba feliz y a la vez invadido de una tristeza demoledora. Lo llamé a mi hermano por teléfono, le dije que lo extrañaba, que lo necesitaba, que viniera.
De repente, cortando los cantos mántricos del Lama empezó a sonar un tema de Calamaro que había quedado de una reproducción anterior. Jugar con fuego. Todavía se me pone la piel de gallina cuando recuerdo cada una de las sensaciones que me produjo esa música. Yo tengo cuatro claveles, uno por cada motivo. Cantaba la letra y por momentos una sonrisa en la boca hacía que la letra se esparciera por todo el comedor, con las ventanas abiertas y la lluvia cayendo, llenando el espacio de alegría y en segundos, todo cambiaba y mi voz y mi cuerpo se revolcaban en el piso en un llanto descomunal. Es inmoral, sentirme mal, por haber querido tanto. Pensaba y sentía que me estaba volviendo loco para siempre y esa sensación me gustaba, pero también me aterraba. Era sólo el hecho de pensarlo, entonces entendía que podía pasar lo que yo quisiera que pasara. Repetí el tema cinco veces y lo canté de punta a punta cada una de las veces, buscando y encontrando y volviendo a perder y explorando todas las sensaciones que me recorrían el cuerpo, la estrofa parecía repetirse: va a venir la noche negra, para quedarse conmigo, va a venir la noche negra, para quedarse conmigo.
Continuará…
Txt: Pedro Cactus
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