La autora que antes de presentar su libro pasó por nuestro programa, nació en Argentina en la ciudad de Rosario, en marzo de 1953. Comenzó a escribir desde muy temprana edad y realizó estudios en las carreras de Letras y Filosofía en la Universidad de Rosario y en la Universidad de Buenos Aires.
Aquí, un fragmento del libro:
La pregunta, en todo caso, es cómo se las arregla uno con las voces. Con la multiplicidad de voces que van apareciendo, emergiendo desde rincones siempre estratégicos. Las voces que emergen y se combinan, se trenzan, se neutralizan y se sustituyen sin necesidad de avales, permisos, aquiescencias. Con esa pretensión de sonoridad, de ritmo, de ritmos cadenciosos y monocordes, de ritmos asonantes, imbailables. Todo sonido es bailable, me dirías. Depende de tu capacidad de interpretación, sólo eso. Y, sí, hasta cierto punto somos intérpretes de las más variadas, arriesgadas y hasta sin sentido formas que asume todo el espectro que abre con la debilidad más abyecta y que cierra con la más arrogante de las fortalezas.
-Cómo se las arregla uno con las voces. Los mandatos. Los requerimientos. Las insinuaciones.
-Hay un espacio en el cual podríamos salvarnos de las voces. De los coros, de los ecos. Y es el espacio que otorga la muerte. La muerte: ese cielo abierto a la disolución, a la inexistencia, al escándalo de coros apagándose, volando a poblar oídos nuevos, nuevas contingencias, otras, abandonando la receptividad de los antiguos, ansiosos y desaparecidos.
-Pero no. La muerte, no. Hay tantas otras muertes rodeando nuestros cuerpos, sobrevolándonos. Las que aparentemente no pesan, no cambian nada, como la de una planta o la de un gorrión. Y las otras, las que lo abarcan todo, que se llevan con ellas la inmensidad del aire, y con el aire succionan al mundo entero y completo, sin olvidar ni un detalle, ni un elemento, hacia la carrera del tiempo. De los tiempos. Todo, se lleva. A mí me lleva y me deposita, con suerte, en los inicios del momento siguiente.
La pregunta, en todo caso, es cómo se las arregla uno con las voces. Con la multiplicidad de voces que van apareciendo, emergiendo desde rincones siempre estratégicos. Las voces que emergen y se combinan, se trenzan, se neutralizan y se sustituyen sin necesidad de avales, permisos, aquiescencias. Con esa pretensión de sonoridad, de ritmo, de ritmos cadenciosos y monocordes, de ritmos asonantes, imbailables. Todo sonido es bailable, me dirías. Depende de tu capacidad de interpretación, sólo eso. Y, sí, hasta cierto punto somos intérpretes de las más variadas, arriesgadas y hasta sin sentido formas que asume todo el espectro que abre con la debilidad más abyecta y que cierra con la más arrogante de las fortalezas.
-Cómo se las arregla uno con las voces. Los mandatos. Los requerimientos. Las insinuaciones.
-Hay un espacio en el cual podríamos salvarnos de las voces. De los coros, de los ecos. Y es el espacio que otorga la muerte. La muerte: ese cielo abierto a la disolución, a la inexistencia, al escándalo de coros apagándose, volando a poblar oídos nuevos, nuevas contingencias, otras, abandonando la receptividad de los antiguos, ansiosos y desaparecidos.
-Pero no. La muerte, no. Hay tantas otras muertes rodeando nuestros cuerpos, sobrevolándonos. Las que aparentemente no pesan, no cambian nada, como la de una planta o la de un gorrión. Y las otras, las que lo abarcan todo, que se llevan con ellas la inmensidad del aire, y con el aire succionan al mundo entero y completo, sin olvidar ni un detalle, ni un elemento, hacia la carrera del tiempo. De los tiempos. Todo, se lleva. A mí me lleva y me deposita, con suerte, en los inicios del momento siguiente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario