20 abril 2010

A cien años de la muerte de Mark Twain

Durante años, se consideró al cometa Halley pájaro de mal agüero. Cuando en 1835 volvió a brillar puntualmente en el firmamento, en la pequeña localidad de Florida (Missouri) vino al mundo un muchacho llamado Samuel Langhorne Clemens.
Pero aquel despierto jovencito no fue ninguna tragedia, sino que se convirtió en un agudo pensador, uno de los autores más sagaces de la historia de la literatura y una de las conciencias tempranas de su nación, que estaba empezando a prepararse para convertirse en potencia mundial.
Cuando murió, era uno de los pocos escritores estadounidenses de fama mundial, aunque se le conociera por su nombre artístico: Mark Twain. Desde ese 21 de abril han pasado ya 100 años.
“El hombre es la criatura que Dios hizo al final de una semana de trabajo, cuando ya estaba cansado.”
Twain se crió en Hannibal, en el centro de los 3.800 kilómetros del Mississippi. El río y el sur marcaron su infancia. Su familia era tan pobre que tuvo que vender su posesión más preciada: su esclava Jenny. Tras la temprana muerte de su padre, tuvo que dejar la escuela. Después, su hermano dirigió un diario provincial en el que Sam fue primero tipógrafo y luego redactor. Recorrió el país y envió a su hermano artículos de sus viajes, hasta que volvió al río: a los 22 años comenzó a trabajar como práctico (técnico de navegación) en el Mississippi.
“La verdad es muy valiosa, economicémosla”.
Pronto, la guerra civil acabó con sus viajes en barco. Clemens se enroló en el ejército de los estados sureños, pero desertó a las dos semanas. De ahí pasó a buscar oro en el oeste de Estados Unidos, hasta que volvió al trabajo en la redacción. Clemens volvió a escribir, esta vez baratas historias de crónica social, que más de una vez le ocasionaron disgustos. Por eso, comenzó a invertarse completamente las historias. Tomó como seudónimo un nombre prestado de sus años de navegación fluvial que servía para señalar dos brazas de profundidad del agua: Mark Twain.
“Un clásico es alguien a quien todo el mundo querría haber leído pero que nadie quiere leer.”
Su libro “La célebre rana saltarina del condado de Calaveras” se leyó en todo Estados Unidos, y “Los inocentes en el extranjero” se convirtió en todo un clásico. Este primer libro de viajes de Twain es el resultado de casi medio año deambulando por Europa y Cercano Oriente. Y le salió una obra de arte: se ríe de todo lo extranjero sin resultar arrogante y, al final, se ríe de todo lo estadounidense.
“Y así va el mundo. Hay veces en que deseo sinceramente que Noé y su comitiva hubiesen perdido el barco.”
Fue en la distinguida Nueva Inglaterra donde Twain escribió los libros sureños que cimentarían su fama mundial: “Las aventuras de Tom Sawyer”, que se convirtieron en 1876 en el primer libro escrito a máquina de la historia de la literatura, “Vida en el Mississippi” (1883) y “Las aventuras de Huckleberry Finn” (1884). Twain escribe en un lenguaje inocente y por ello aún más claro la idílica vida en el río y cómo fue desgarrada por la esclavitud y el odio racial. No sorprende que este último libro no cayera bien entre los sureños. Hoy, esta novela que quizá haya contribuido tanto al entendimiento entre razas como “La cabaña del tío Tom” de Harriet Beecher Stowe, vuelve a estar señalada: a algunos sectores les irrita que la palabra “nigger” aparezca ya en la primera línea.
“Gracias al bondadoso Dios tenemos tres valiosas e increíbles cosas en nuestro país: la libertad de expresión, la libertad de pensamiento y la sensatez de no utilizar ninguna.”
La vida de Twain fue fascinante, pero también muy golpeada por el destino. Su mujer, hemipléjica, le dio cuatro hijos, de los que tres murieron antes que él, al igual que su esposa. Cuando ayudó a un amigo, el general de la guerra civil y presidente de Estados Unidos Ulysses Grant a escribir sus memorias, ganó un buen dinero, y lo perdió todo. Twain tuvo que empezar otra vez desde cero y se volvió cada vez más sarcástico. En 1909, cuando casi toda la familia había muerto, dijo: “Vine al mundo con el cometa Halley. Vuelve el año que viene y sería la mayor desilusión de mi vida no irme con él. Sin duda, el Todopoderoso ha dicho: aquí tenemos a estos dos bichos raros. Llegaron juntos, que se vayan juntos”. Y su deseo se hizo realidad.

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