09 abril 2014

Rolo, el que nunca viaja solo (las cartas del chico beto)



Querido primito Hugo:

                                    Esta carta es la más difícil que me ha tocado escribir en este periplo. Si weón! Ayer me enteré de algo horrible, algo que me decepcionó profundamente, algo que me hizo replantearme si valía la pena seguir este viaje.
                                    Todo empezó la semana pasada, yo venía de ese encontronazo amoroso con Raquel, un amor de ruta pasada y pisada, y como todo pasado, olvidado. Básicamente, estaba solo.    
Solamente la inmensidad de la llanura fronteriza que abunda en los límites cordo/santafesinos me acompañaban a diestra y siniestra. Pero así de inmenso era el vacío que sentía puertas adentro. 
                                    Me di cuenta de que viajo para escapar de la soledad, tengo 45 años Hugo y 43 los pasé rascoteándome el ombligo, los otros dos años los pasé arriba de mi madre, tomando el néctar de la vida de sus pechos. Si, me amamantaron hasta los dos años, eso puede ser una de las explicaciones de mi dificultad de separarme. Pero, Hugo, ¿cómo escapar de la soledad? si ella nos sigue como el girasol al astro Rey.
                                     Cuando pensé que era hora de tirarme en un zanjón para esperar a la parca, el sonido de ruedas ruteras de larga data llegó a mis oídos como el llamado de la patria al soldado mambrú. El auto frenó y la puerta se abrió ¿Será el destino que le tira un hueso a este perro hambriento? ¿Será que este viaje es una metáfora de la vida? ¿Es río de Janeiro el lugar donde todo termina o será donde todo empieza?
                                      Eran preguntas demasiado profundas para un hombre que recién acababa de fumarse uno y le picaba el bagre como le picaban las ronchas del sarampión al primo David. De los adentros del rodado surgió una voz cavernosa que me dijo “¿Pa donde vas jipi?” y le conté de mi viaje al mundial. El señor de la voz cavernosa explotó en risas y me dijo “subite culeáo”.
                                     El manejero hablaba en verso, era raro pero me dijo que se llamaba Rolo, que nunca viajaba solo, que la ruta te puede volver loco, que esto no es joda ni es poco y que si quería llegar a algún lao, no hay mejor chofer que este culeáo. Me puse contento y le dije que me deje en Rosario, que quería ir a visitar a mi primo Hugo que era un periodista de renombre.
                                    Lo que me dijo a continuación se me tatuó en el cerebro como las siglas HDR en la cola de la vaca aurora:


Perdón señor Beto
esto se me dificulta
ya que este hombre no oculta
ni guarda ningún secreto
sin faltarle el respeto
freno para que no me hagan una multa

No va a ser posible
llegar a la ciudad de Rosario
no es que sea otario
ni que el lugar no sea reconocible
o que se llegue en dirigible
manejado por mi primo Mario

y al decirle esto
la garganta se me cierra
como si estuviese tragando tierra
no puedo vomitar el resto
pero soy demasiado honesto
y esta no es mi guerra

Ya lo dijo Fito
Rosario está cerca
A la vuelta de tuerca
Está ese rinconcito
Pero debo serle franquito
Esta llena de merca

Prefiero resgurdar mi salú
de ese sitio peligroso
no es que me haga el oso
pero no soy ningún mambrú
ni el brujito de Gulugú
me va a sacar lo miedoso

No hay dinero que ofrezca
Ni vaca que haya sido robada
Que cambie esta decisión tomada
Que no está hecha a la fresca
le aconsejo que me obedezca
No me obligue a darle una patada

Queda en usted señor Chico
La decisión a esta pregunta
Las opciones no abundan
Yo se que usted no es rico
Y no tiene ni alas ni pico
Yo voy por otra ruta

                                  Una lástima weón! Una verdadera lástima! Pero no pude decirle que no a Rolo, es que hay algo en sus palbras que me hinotizó, algo que me dejó como una cobra ante la flauta. Evidentemente Rolo, nunca viaja solo.


Te quiere y te extraña
El Chico Beto

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