03 abril 2014

Campamento de modelos (las cartas del chico Beto)



Hola querido primito Hugo:

                                            Se me dio weón! Por fin los dioses del Olimpo le sonríen a este pobre artesano de la vida. Ya no tengo que preocuparme por las piedritas que lastiman las plantas de mis pies por tener agujereado el zapato, basta ya de comer de prestado sobras cual perro abandonáu, basta de tratar de enfiestar chichis que nadie quiere, Beto se va al mundial como lo que es, un ciudadano de primera clase.
                                            Te preguntarás si he vuelto a consumir cucumelo, no Huguito, el cucumelo me da acidez estomacal, pero lo que te voy a contar no me lo vas a creer ni que estuvieses en un viaje de floripondio. Era un día cualquiera en este derrotero que he llamado vida cuando a lo lejos, chiquitito como lunar de gordo, veo un grupo de féminas caminar con libros en la cabeza. Cuando estuve más cerca les pregunté “Qué onda guey?” y todas caminaban como con caras vacías, expresiones idiotas que me obnubilaron pero bellísimas como la prima Edith, te acordás, era una bomba de pechos turgentes.
                                           Bueno, comencé a seguir esta hilera de chichis y en un momento, ¡zas!, entran todas a un campamento. Me escondí detrás de unos arbustos para ver qué era lo que se traían entre manos y ahí me di cuenta de dónde estaba. Era la academia de pre ingreso para la carrera de modelo que da Valeria Masa en Buenos Aires, weón! Parece que esta turra les hace pagar a las ingresantes unos cursillos carísimos en un lugar que nadie sabe dónde queda y ahí las somete a las peores torturas para una niña.
                                            Cuando me apresté a acercarme vi a una niña tirada en el piso, era hermosa, me acerqué con toda mi caballerosidad encima y le pregunté su nombre y me contestó que se llamaba “Raquel”. Después de demostrarle que yo no era un malvado que abusaría de ella me contó todas las vicisitudes que la tirana de Valeria les hace pasar. Primero y principal, durante todos los cursillos, las chicas que pretenden ingresar a la carrera de modelos, no pueden comer nada sólido, y cuando digo nada, es nada. Segundo, siempre tienen que halabar a la Sra Masa pero el problema es que cuando dicen “masa” les da hambre. Todos los días deben caminar 8 kilómetros con un libro en la cabeza y guay con que se les acurra leerlo. Si alguna llega a pesar más de 40 kilos, la echan y así toda una lista indescriptible de tormentos que hicieron que Raquel no pueda parar de llorar en ningún momento.
                                            Mientras la escuchaba, la tomé en mis brazos y nos miramos, yo tenía un resto de un sánguche de bondiola y atún que me había comprado en una despensa cercana, a ella se le frenó el corazón al ver el manjar empanado, se lo ofrecí y le entró cual rengo a la muleta. Una vez que terminó con el chegusán, me besó, me besó con mucho amor, tanto amor que no pudimos resistir a nuestras tentaciones, a nuestros cuerpos y nos amamos durante 3 minutos y medio (en mi favor quiero decir que hace 4 meses que no entierro la batata).
                                            Antes de irse y volver al campamento recordé una cosa, ¡todavía tenía los sahumerios gastronómicos que había llevado para costearme el viaje! Le conté sobre estás artesanías que había construido con mis manos y ella me dijo que espere cinco minutos. A los diez minutos volvió con un fajote de dinero, al parecer las chichis de la academia de modelos habían llegado al estado donde sólo el olor a comida las satisfacía ya que lo último que habían olido era una media sucia de Santa Valeria.
                                          Con todo ese dinero emprendí mi retirada no sin antes decirle a Raquel, “Vení Raquel conmigo al mundial”, ella se negó, me dijo que su lugar estaba con las modelos y que aunque quisiese pesaba 32 kilos y no creía que llegara al próximo pueblo. Nos abrazamos y nos dimos nuestro último beso hasta que una brisa se la llevó volando de nuevo al campamento.
                                         Y así, cual hoja que mueve el viento, Raquel desapareció y yo, di media vuelta y comencé a caminar hacia el próximo puerto donde, de seguro, me iba a comprar un buen par de zapatillas porque estas alpargatas, me están dejando los piés a la miseria.


Te quiere
El chico Beto

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