La entrometida bocina del Fiat que nos venía a despertar llegó antes de lo necesitado por nuestros cuerpos que igual no tardaron en desperezarse. La energía era hormonal.
Entonces salimos exaltados los cinco amigos más compinches desde Rosario vía Jesús María para volver a ver al Indio Solari, una especie de oráculo para nuestra etapa adolescente. A la noche habían partido hacia allá unos pares de micros con un puñado considerable de conocidos nuestros. Incluso el Pelado -pibe del barrio-, fue a hacer dedo a la ruta y hacía tres años que no compraba entrada para un recital. Después en el show me mandó un mensaje pero no recuerdo porque no lo contesté.
Entre provisiones, gasoil, provisiones, peaje y demás provisiones dividimos la plata que teníamos. Casi siempre relacionamos verbalmente una acción cotidiana con algo relacionado al mundillo Solari y en la revista Ñ de Clarín había plasmada justo una nota al escritor británico James Graham Ballard que decía lo siguiente: “Los grandes artistas del siglo pasado tendían a hacerse famosos en la última etapa de su carrera, mientras que ahora la fama forma parte del trabajo de los artistas desde el primer momento. Así es muy difícil de juzgar, dado que la fama y la presencia mediática de los artistas están indisolublemente unidas con su trabajo”, una interpretación acertada sobre la cultura universal. “El Indio es de otro siglo papá”, grité sensiblemente con la cabeza fuera de la ventanilla en mi confuso rol de copiloto.
Arrancó al frente de un grupo luego de haber derribado varios estratos de aprendizajes, tenía 28 años y cantaba en lugares ajustados, con tribus bohemias de espectadores. Así decodificó la realidad desde un lugar marginal, con una mirada constructivista. El ex-líder de los Redondos se quejó seguido: “No estoy de acuerdo con los que no se toman las cosas en serio, una canción no me cambió el mundo pero sí mi mirada del mundo”, y observé por el retrovisor que Leo desde el asiento de atrás comentaba que si al menos cambiamos nuestro mundito vamos a poder relacionarnos afectivamente con la gente que es de nuestra intimidad.
“La obra es la que tiene que hablar por mí”, expresó el Indio cada vez que se cruzó con un medio. Sus conceptos van contra el estándar de pensamiento en el que se vive, frente a la mirada pacata de la sociedad, observando a las prostitutas, al lado esquizofrénico del ser humano, negociando con los momentos del día a día, proponiendo hallarse en disímiles experiencias, evadiendo la bajada de línea a los jóvenes y tratando de percibirlos priorizando su inteligencia. Para mostrar su ofensa por el trato que tienen aquellos que están fuera de la tolerancia de interacción social cita a Borges: “Vos podes combatir al caníbal pero no podes hacer lo mismo con él”, acusando tanto al estado como a la sociedad en esta “parodia de vida”.
Jesús María mutó en su fisonomía para recibir a una de las masas de mayor grado de incondicional con su artista en la historia del rock nacional. Colectivos desde el conurbano bonaerense, provincias lejanas o cercanas y hasta alguna bandera uruguaya en los parabrisas. Conmovedores cánticos llenos de euforia y cariño. “No tengo entrada y no voy a hacer quilombo para entrar, estoy dónde está el pelado y eso no tiene precio”, me detalló un santafesino, cómo si fuera algo dogmático. Deambulaban banditas juveniles, pelilargos desalineados, familias teatralizadas, intentos de rockstar, mujeres expresivas, pungas hábiles, algunos se disfrazaban con desinterés y el Indio hasta le dedicó una parte del recital al “sector tumbero”.
Con escasa identificación policial en la ciudad, los de seguridad con una pechera naranja estuvieron a cargo del cantante y el único cacheo que tuve fue una suave palmada en el omóplato. Dentro del predio un expendio enorme de comidas y cervezas abastecieron a los seguidores que vaciaron todos los drugstores adyacentes o apartados del lugar. “Vomitando en la cochera ríe y promete un trago más”, escribió en una melodía de su primer disco sin los Redondos. Invitación al libre albedrío para un estadio que no conoce de límite alguno cuando se encuentra con su ídolo y enciende tanto bengalas como tres tiros.
Solari siempre se jactó también de pertenecer a la “cultura rock”, lo que sucedió en los Estados Unidos en los `60 con la insurgencia, la aventura psicodélica y las artimañas políticas. A comienzo de este año le hicieron varias notas al compositor quien mostró su búsqueda por la amígdala, una zona del cerebro que se maneja con ambigüedad. La destrucción del poder y de la riqueza.
La clandestinidad era una forma urgente para vivir en la manera en que se crió Solari y sus fieles seguidores son un claro reflejo de aquel código ambivalente. Éste término lo planteó por primera vez Enrique Pichon-Rivière, médico psiquiatra argentino de origen suizo, como una condición de aquello que tiene dos sentidos diferentes en el que coexisten dos emociones opuestas. Sentimientos simultáneos de amor y odio hacia el mismo objeto o persona: Alegría y dolor. Por eso en un show ricotero suceden estados de ánimos muy contradictorios a la vez, o sea, se puede ver gente llorando emocionada por alguna estrofa e inquieta porque robaron un celular a su lado.
No sólo la muerte de Walter Bulacio fue significativa en los Redondos. En el año 2000 -Estadio de River- los músicos se fueron al primer intervalo, las luces del estadio se encendieron, y treinta minutos desconcertantes continuaron con un ex-convicto que se reía apuñalando gente. “Estaba loco el tipo, lastimando inocentes. No justifico la violencia, pero la comprendo”, opinó el hombre de lentes oscuros aquella vez. Consideraron que suspender el recital era más peligroso que continuarlo.
Los redactores de noticias deben evitar ambivalencias en el texto, por eso Solari en sus críticas hacia los medios encuentra un suculento ángulo visible para encontrar fallas. A lo francotirador disparó: “Hace unos años, están de moda los canales de noticias, donde sucede todo en tiempo real. Nada tiene sentido entonces, porque para que algo lo tenga uno debe poder interpretar la realidad que ve”. Por eso si tiene que apuntar con nombre propio lo concibe sin tapujos: “Cada noticiero pertenece a una corporación entonces te traen a Juanes y después te tenés que comer 10 minutos del cantante hablando con Catalina Dlugi”.
Frenó el recital enfurecido con un contundente "este mundo me tiene los huevos llenos", cuando le arrojaron una zapatilla paradójicamente en Nike es la cultura pero devolvió gentilezas saliendo con el mítico Pibe de los Astilleros. Un constante ambivalente. Hasta se desnudó frente a miles y contó desde el escenario sobre la muerte de su madre días previos a la función del sábado, alguien que subrayó innumerables veces su fobia social.
Comprendiendo las emociones que suceden y aceptando su arrogancia que lo castiga con la soledad va el Indio en ese código independiente que pareciera oxidarse en estos tiempos. Artísticamente sigue indagando y por eso tocó casi todo el disco solista en Jesús María además de varios momentos ricoteros pero todos con el sonido que tiene ahora su banda. Él, cómo Skay, ya reflejó que una probable vuelta sería con un nuevo trabajo discográfico, tratando de ir incorporando detalles musicales ignorados hasta ese momento. No sacarían jamás un álbum de grandes éxitos.
Es bastante enigmático descifrar cuestiones que están bastante ocultadas. Solari tira una célebre frase de Bertold Brecht cada vez que puede: “Si la gente quiere ver sólo lo que puede entender, debería ir al baño en vez de al teatro”. Si hablamos de un artista que en sus mensajes ofrece cómo lectura la libre interpretación, las connotaciones ligadas a él van a ser similares. Entonces la vuelta a los escenarios no es solamente detenerse nuevamente en una estrella del rock nacional, si no un regreso a otro momento pero en el mismo tiempo, un encuentro de personas ambivalentes pero que cantan juntas y una exteriorización de amor con herramientas difusas.
Entonces salimos exaltados los cinco amigos más compinches desde Rosario vía Jesús María para volver a ver al Indio Solari, una especie de oráculo para nuestra etapa adolescente. A la noche habían partido hacia allá unos pares de micros con un puñado considerable de conocidos nuestros. Incluso el Pelado -pibe del barrio-, fue a hacer dedo a la ruta y hacía tres años que no compraba entrada para un recital. Después en el show me mandó un mensaje pero no recuerdo porque no lo contesté.
Entre provisiones, gasoil, provisiones, peaje y demás provisiones dividimos la plata que teníamos. Casi siempre relacionamos verbalmente una acción cotidiana con algo relacionado al mundillo Solari y en la revista Ñ de Clarín había plasmada justo una nota al escritor británico James Graham Ballard que decía lo siguiente: “Los grandes artistas del siglo pasado tendían a hacerse famosos en la última etapa de su carrera, mientras que ahora la fama forma parte del trabajo de los artistas desde el primer momento. Así es muy difícil de juzgar, dado que la fama y la presencia mediática de los artistas están indisolublemente unidas con su trabajo”, una interpretación acertada sobre la cultura universal. “El Indio es de otro siglo papá”, grité sensiblemente con la cabeza fuera de la ventanilla en mi confuso rol de copiloto.
Arrancó al frente de un grupo luego de haber derribado varios estratos de aprendizajes, tenía 28 años y cantaba en lugares ajustados, con tribus bohemias de espectadores. Así decodificó la realidad desde un lugar marginal, con una mirada constructivista. El ex-líder de los Redondos se quejó seguido: “No estoy de acuerdo con los que no se toman las cosas en serio, una canción no me cambió el mundo pero sí mi mirada del mundo”, y observé por el retrovisor que Leo desde el asiento de atrás comentaba que si al menos cambiamos nuestro mundito vamos a poder relacionarnos afectivamente con la gente que es de nuestra intimidad.
“La obra es la que tiene que hablar por mí”, expresó el Indio cada vez que se cruzó con un medio. Sus conceptos van contra el estándar de pensamiento en el que se vive, frente a la mirada pacata de la sociedad, observando a las prostitutas, al lado esquizofrénico del ser humano, negociando con los momentos del día a día, proponiendo hallarse en disímiles experiencias, evadiendo la bajada de línea a los jóvenes y tratando de percibirlos priorizando su inteligencia. Para mostrar su ofensa por el trato que tienen aquellos que están fuera de la tolerancia de interacción social cita a Borges: “Vos podes combatir al caníbal pero no podes hacer lo mismo con él”, acusando tanto al estado como a la sociedad en esta “parodia de vida”.
Jesús María mutó en su fisonomía para recibir a una de las masas de mayor grado de incondicional con su artista en la historia del rock nacional. Colectivos desde el conurbano bonaerense, provincias lejanas o cercanas y hasta alguna bandera uruguaya en los parabrisas. Conmovedores cánticos llenos de euforia y cariño. “No tengo entrada y no voy a hacer quilombo para entrar, estoy dónde está el pelado y eso no tiene precio”, me detalló un santafesino, cómo si fuera algo dogmático. Deambulaban banditas juveniles, pelilargos desalineados, familias teatralizadas, intentos de rockstar, mujeres expresivas, pungas hábiles, algunos se disfrazaban con desinterés y el Indio hasta le dedicó una parte del recital al “sector tumbero”.
Con escasa identificación policial en la ciudad, los de seguridad con una pechera naranja estuvieron a cargo del cantante y el único cacheo que tuve fue una suave palmada en el omóplato. Dentro del predio un expendio enorme de comidas y cervezas abastecieron a los seguidores que vaciaron todos los drugstores adyacentes o apartados del lugar. “Vomitando en la cochera ríe y promete un trago más”, escribió en una melodía de su primer disco sin los Redondos. Invitación al libre albedrío para un estadio que no conoce de límite alguno cuando se encuentra con su ídolo y enciende tanto bengalas como tres tiros.
Solari siempre se jactó también de pertenecer a la “cultura rock”, lo que sucedió en los Estados Unidos en los `60 con la insurgencia, la aventura psicodélica y las artimañas políticas. A comienzo de este año le hicieron varias notas al compositor quien mostró su búsqueda por la amígdala, una zona del cerebro que se maneja con ambigüedad. La destrucción del poder y de la riqueza.
La clandestinidad era una forma urgente para vivir en la manera en que se crió Solari y sus fieles seguidores son un claro reflejo de aquel código ambivalente. Éste término lo planteó por primera vez Enrique Pichon-Rivière, médico psiquiatra argentino de origen suizo, como una condición de aquello que tiene dos sentidos diferentes en el que coexisten dos emociones opuestas. Sentimientos simultáneos de amor y odio hacia el mismo objeto o persona: Alegría y dolor. Por eso en un show ricotero suceden estados de ánimos muy contradictorios a la vez, o sea, se puede ver gente llorando emocionada por alguna estrofa e inquieta porque robaron un celular a su lado.
No sólo la muerte de Walter Bulacio fue significativa en los Redondos. En el año 2000 -Estadio de River- los músicos se fueron al primer intervalo, las luces del estadio se encendieron, y treinta minutos desconcertantes continuaron con un ex-convicto que se reía apuñalando gente. “Estaba loco el tipo, lastimando inocentes. No justifico la violencia, pero la comprendo”, opinó el hombre de lentes oscuros aquella vez. Consideraron que suspender el recital era más peligroso que continuarlo.
Los redactores de noticias deben evitar ambivalencias en el texto, por eso Solari en sus críticas hacia los medios encuentra un suculento ángulo visible para encontrar fallas. A lo francotirador disparó: “Hace unos años, están de moda los canales de noticias, donde sucede todo en tiempo real. Nada tiene sentido entonces, porque para que algo lo tenga uno debe poder interpretar la realidad que ve”. Por eso si tiene que apuntar con nombre propio lo concibe sin tapujos: “Cada noticiero pertenece a una corporación entonces te traen a Juanes y después te tenés que comer 10 minutos del cantante hablando con Catalina Dlugi”.
Frenó el recital enfurecido con un contundente "este mundo me tiene los huevos llenos", cuando le arrojaron una zapatilla paradójicamente en Nike es la cultura pero devolvió gentilezas saliendo con el mítico Pibe de los Astilleros. Un constante ambivalente. Hasta se desnudó frente a miles y contó desde el escenario sobre la muerte de su madre días previos a la función del sábado, alguien que subrayó innumerables veces su fobia social.
Comprendiendo las emociones que suceden y aceptando su arrogancia que lo castiga con la soledad va el Indio en ese código independiente que pareciera oxidarse en estos tiempos. Artísticamente sigue indagando y por eso tocó casi todo el disco solista en Jesús María además de varios momentos ricoteros pero todos con el sonido que tiene ahora su banda. Él, cómo Skay, ya reflejó que una probable vuelta sería con un nuevo trabajo discográfico, tratando de ir incorporando detalles musicales ignorados hasta ese momento. No sacarían jamás un álbum de grandes éxitos.
Es bastante enigmático descifrar cuestiones que están bastante ocultadas. Solari tira una célebre frase de Bertold Brecht cada vez que puede: “Si la gente quiere ver sólo lo que puede entender, debería ir al baño en vez de al teatro”. Si hablamos de un artista que en sus mensajes ofrece cómo lectura la libre interpretación, las connotaciones ligadas a él van a ser similares. Entonces la vuelta a los escenarios no es solamente detenerse nuevamente en una estrella del rock nacional, si no un regreso a otro momento pero en el mismo tiempo, un encuentro de personas ambivalentes pero que cantan juntas y una exteriorización de amor con herramientas difusas.
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