"Venía de muy lejos y de muy abajo, y ahora el destino estaba por revelarse.
Tenía la sensación de que me miraba a la cara, sólo a mí."
Tenía la sensación de que me miraba a la cara, sólo a mí."
Crónicas - Bob Dylan Volumen 1.
Hace una semana vi a Dylan en la última de cuatro presentaciones en Buenos Aires en el Teatro Gran Rex, como parte de su "Never Ending Tour" que lo tiene "On the road" desde 1998. Con sus 71 años bien puestos Bob salió al escenario para brindar un concierto de una hora cincuenta minutos que guardaré como una foto, una de esas que el viejo no deja sacar en vivo. Fueron sólo 17 canciones, interpretadas como la noche lo pidió. Da la sensación que cada noche Bob hace lo que realmente tiene ganas de hacer dependiendo del lugar en el mundo en que se encuentre. O mejor, Dylan hace lo que quiere todo el tiempo, pero por sobre todas las cosas hace lo quiere con sus canciones. Las desarma, las estira, se cansa de ellas por la mitad y las termina con una mirada de cierre a sus músicos. La banda, dispuesta como en una sala de ensayo, funciona coordinada por un maestro de orquesta, que se distingue del resto por su sombrero blanco. El baterista Georgie Racile se proyecta en sombras atrás de la banda y su sonido y mirada están en verdadera sintonía fina con Dylan. Delante de la bata dos atacantes de lujo, en la primera guitarra Charlie Sexton y en la rítmica Stu Kimball. Completan el combo del sonido perfecto, Tony Garnier en el bajo y el gran Donnie Herron que propone un colchón sonoro para embellecer cada una de las piezas, con su pedal o lap steel, tocando el banjo, el violín o la mandolina eléctrica según lo requiera cada canción, transformada en elixir instrumental. Todos los músicos en sus puestos mirando al maestro de ceremonia que a veces toma dos mics, uno para la armónica y otro para ladrar "su verdad" a los más de tres mil asistentes. Mientras tanto, Bob toca: toca su teclado Korg, mueve sus pies, sonríe mirando al público y se pone en "pose jarra" cuando el momento lo amerita. Toca sus rulos que se le aparecen por debajo del sombrero. Toca las copias impresas de sus canciones y ve con qué sigue el show.
Todos los Dylan que muestra Todd Hynes en I'm not there se suben al escenario juntos y se ponen el traje negro y la camisa blanca para comandar la lucha con las sombras que el grupo genera en el telón de fondo. Uno busca a Dylan entra esas sombras del telón y la verdad, es difícil encontrarlo. Está al frente revelando los vericuetos de su destino y transformándolo en canciones imbatibles. Su voz suena inconfundiblemente americana cuando canta Rollin' and Tumblin' o Desolation Row. Para el final parece guardarse la mejor tripleta que arranca con Like A Rolling Stone, sigue con All Along The Watchtower y, luego de un pequeño intervalo, cierra con Blowin' In The Wind, una version de más de cinco minutos en los que castiga las teclas del Korg, tira pasitos para almacenar en el rígido, sonríe, agarra otro mic y la armónica mientras el violín acompaña. Un fan no puede aguantar todo eso que está pasando, al menos no desde su butaca y esquiva a los mastodontes de seguridad y por fin, hace lo que todos queremos hacer: abraza a Bob Dylan. Y Dylan se ataja, chequea su sombrero y hace lo suyo: termina la canción y con ella, su último show en Argentina.
Bob Dylan ya peleó contra las sombras; las del tiempo, de la industria, contra su propia sombra. Y ganó una y mil veces.
De pie, el Gran Rex no para de aplaudir al Gran Bob, que agradece a su manera, jamás un "buenas noches" o un "Muchas gracias" ni mucho menos "son el mejor público del mundo". Sólo dispara con sus dedos a lo cowboy con pistola y comanda la retirada.
Salimos flotando, volando, respirando mansamente. Un amigo músico se pregunta en el hall del Rex cómo es posible seguir haciendo música después de verlo. Otro pregunta: -viste que tenía el Oscar sobre un teclado? (se lo dieron por el tema "Things have changed" de la banda sonora de la película Jóvenes Prodigiosos en el 2000)
No me había percatado, estuve distraído, poseído, ocupado, viendo a Dylan luchar contra las sombras.
Por @fedefritschi
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