Por Federico Aicardi
Una casa vacía, esperando dejar de estarlo, cuenta los minutos que pasan antes de cambiar su estado de Facebook de “deshabitada” a “casa de Gonzales”. Se mudan los Gonzales, la casa sonríe porque empieza a ser visitada, existe una excusa para pisar su piso, para inundar sus suelos, para amoblar sus ambientes. El tiempo transcurre y los Gonzales comienzan a sentirse dueños de casa, dueños de las paredes, dueños del espacio. Miran por la ventana, enfrente, alguien como ellos almuerza, almuerza algo que los desagrada, y comentan ese desagrado que tienen por ese que está enfrente. Se trasforman en vecinos del barrio, vecinos que comentan lo que les desagrada de sus vecinos. Puertas afuera, son uno, hacia dentro de la casa, dos puntos separados que no se los puede unir. Ya los Gonzales armaron su cotidiano devenir, sus días, sus noches y sus tardes. Ahora ellos son mirados con desagrado, con desprecio, con dedos que acusan. Al fin los Gonzales se transforman en todas las parejas del mundo, en todas las familias del mundo, en todas las situaciones del mundo. En un momento, los Gonzales frenan y piensan, piensan en su casa, piensan en su suelo, piensan en su ventana y en esa ventana piensan en su vida, esa vida que es, como mínimo, tremenda.
Si bien el apellido Gonzales es una licencia poética que me tomo todos los viernes de junio y julio a las 22 hs se puede visitar a “todas estas familias” en el CET (San Juan 843) de la mano de Lorena Rey, Jeremías Pucheta y Gigi Barúa. Tremenda es una obra que nace de los escritorios de los protagonistas, Pucheta y Rey escriben la dramaturgia que ceden luego a Barúa para ser dirigidos.
Tremenda es un compendio de escenas de la vida conyugal relatadas con una estética que coquetea con el humor absurdo de los años 90. La relación de los personajes no se guía por la lógica del diálogo literario, esto es, a la pregunta “¿cómo estás?” no devine el esperado “bien/mal/más o menos” sino una frase que puede sonar incongruente con la realidad pero que es más real que el teclado en el que escribo. Así, la relación que Rey y Pucheta construyen en escena es una relación que tiene momentos de incomunicación, momentos de encuentro, momentos en que la nada gana el centro de la escena y momentos en que lo único que hacemos es llenarnos la boca con la milanesa que quedó en la heladera.
Tremenda encuentra sus puntos fuertes en las composiciones de los personajes, en las situaciones planteadas que logran generar carcajadas en el público, que buscan el efecto de la risa con las situaciones planteadas y salen exitosos de la búsqueda. Pero por otro lado el vértigo con el que son relatadas estás situaciones nos supera por momentos. El trabajo se transforma así en una batería constante de gags, guiños, frases graciosas, máscaras humorísticas que no dejan espacio. Los cuerpos de Rey y Pucheta se atraen constantemente, están constantemente uno pegado al otro, no se dan espacio y el ritmo que tiene la obra roza algunas veces con la neurosis. Todo tiene que estar en todo momento, no se puede caer nada y ahí estamos nosotros, desinformados con la sobreinformación.
Al final, exitados por todo lo que pasó por delante de nuestros ojos, caemos en cuenta de que nos reímos durante un rato, de que fuimos a ver una obra durante un rato pero que nos pasó lo mismo que nos pasa todos los días, la mayoría de las cosas que pasan por enfrente nuestro se pierden a merced de la velocidad de nuestra realidad que, a veces, es tremenda.
Si no pudiste escuchar la nota con Jeremías, Lorena y Gigi en vivo... escuchala más tarde.
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