17 noviembre 2011

APUNTES DE ARQUTECTURA Nº 39 AMANCIO WILLIAMS

Tal vez junto con las figuras de Mario Roberto Álvarez y Clorindo testa, la de Amancio Williams (1913 – 1989) sea la que completa el trío de “maestros” indiscutidos de la arquitectura moderna argentina. Si Testa es lírico y desprejuiciado y Álvarez profesional y riguroso, Williams está a mitad de camino entre ambas actitudes. Hijo de una familia tradicional de la aristocracia porteña, primero aviador y estudiante de ingeniería y luego arquitecto (1941), su producción oscila entre la poesía y la obsesión por el rigor técnico, pero donde la técnica parece estar al servicio de la imaginación. Pocos son los edificios que Williams llegó a construir, pero fue un trabajador incansable que nunca dejó de imaginar propuestas para mejorar la vida del Hombre. Sus proyectos más notables sirvieron de inspiración o antecedente para arquitectos en todo el mundo: el edificio colgante de oficinas, el aeropuerto en el Rio de la Plata, las “viviendas en el espacio”, la “primer ciudad en la Antártida”, el “auditorio para el espectáculo plástico”, son algunas de sus ideas más revolucionarias.
Dada su pericia técnica, en 1946 fue designado por Le Corbusier para dirigir la casa del Dr. Curuchet en La Plata, pero luego de un tiempo y por desavenencias con el comitente y el maestro suizo, Williams renuncia y la casa es terminada por otros profesionales. (Al respecto, ver también el Apunte nº 11)
De su escasa obra edificada solo nos queda la “casa del puente”, la vivienda que proyectó para su padre, el músico y compositor Alberto Williams, en 1946 en Mar del Plata. Objeto preciso y precioso, la casa se alza en un bosque atravesado por un pequeño arroyo. Esta excusa topográfica le sirve a Williams para ubicarla uniendo ambas márgenes. Realizada totalmente en hormigón visto martelinado, el edificio es solo estructura. Una lámina de hormigón, a la manera de los puentes del ingeniero suizo Maillart, vincula ambas márgenes y sobre ella se encuentra el volumen que aloja la casa. En la búsqueda incesante de la esencia, ésta vivienda, tal vez uno de los mejores ejemplos de arquitectura moderna del siglo XX, completa su envolvente solo con elementos estructurales y carpintería. No hay tabiques que encierren el espacio, la continuidad visual con el exterior es total. Sin embargo y a pesar de su audaz planteo estructural y espacial, la planta de la casa se puede entender como una tradicional casa de campo con galería.


Otra de las obras que llegó a construir, el pabellón de Bunge & Born en la exposición rural en 1966, fue desmantelado pese a sus protestas a pocos meses después de haber sido terminado. El pabellón se concibió para ser perdurable y atemporal. Esta es otra de las características de su obra: la voluntad de eternidad. Como la casa, estaba construido en hormigón visto. Dos esbeltas columnas sostienen sendas bóvedas - cáscaras de hormigón cuya forma resulta de materializar con el menor espesor posible, la superficie que ocupan. Bajo ambas láminas de concreto, se desarrolla el pabellón.
Estas bóvedas, llamadas también “paraguas”, fueron el resultado de años de investigaciones y ya aparecen a principios de la década del 50 en algunos de sus proyectos, por ejemplo un prototipo de hospital para el clima tórrido del noreste argentino. El edificio se plantea bajo un bosque de estos árboles de concreto que aseguran protección climática y circulación de aire. La distribución de las áreas resultó novedosa y flexible. Y todo resuelto a la sombra de estos elegantes y esbeltos objetos de hormigón.
Los paraguas también aparecen en otros proyectos, como un prototipo para estación de servicio, una escuela industrial, una casa para Di Tella en Uruguay y un monumento a su padre. Curiosamente, este proyecto fue adaptado por su discípulo Claudio Vekstein y construido en un parque costero hace pocos años en San Fernando, al norte de la ciudad de Buenos Aires. Allí, los paraguas se elevan y dialogan junto al Rio de la Plata, esta “pampa líquida” que también atrapó la imaginación de Williams.

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