En lo profundo de la provincia de Buenos Aires, donde la Pampa se abre como un mar inmenso como el mismo cielo, en estos pueblos olvidados o quizá nunca recordados, se encuentra parte del tesoro mejor guardado de la arquitectura realizada el siglo pasado en Argentina.
Prototípico de la historia del país, Francisco Salamone es hijo de un constructor siciliano inmigrado a la Argentina en los primeros años de 1900. Estudia en La Plata y se recibe de Ingeniero y Arquitecto en Córdoba. Su perfil, internacional, periférico, desarraigado, y su capacidad para trabajar obsesivamente pueden haber sido razones para que su amigo Manuel Fresco, gobernador conservador de la provincia de Bs.As. en la década del ´30, le confiara la construcción de varios edificios de importancia, bajo la premisa de fomentar el crecimiento de estas pequeñas localidades. Salamone elige los programas que más cuadran con sus expectativas: Palacios Municipales, Mataderos y Cementerios. Así comenzaría un proceso intenso de planificación previa que culminaría con la llamativa proeza de construir 60 edificios, con sus equipamientos, en tan sólo 4 años, hecho inédito en nuestro país y no sólo por la cantidad sino también por la calidad de las construcciones, sus acabados, su minuciosidad, su creatividad e inventiva.
La arquitectura de Salamone se revelaría así como un potente alegato material, con sus volumetrías en combinaciones desprejuiciadas, sus escalas monumentales y sus alusiones industrialistas y vanguardistas (con reminiscencias del art decó, de los proyectos de los Futuristas italianos, de las obras del Expresionismo alemán y del Constructivismo ruso). En una relación de buscado contraste con el contexto, con una actitud casi surrealista, crea una obra que desafía las convenciones desde un lugar asumidamente excéntrico, alejado de las urbes más pudientes.
La misión política no prosperó: estás localidades nunca dieron el salto esperado. Finalizado el mandato del Gobernador Fresco en 1940, Francisco Salamone desaparecería de la escena arquitectónica. Poco se supo de él, sin llegar a construir obras acordes a su potencial. Moriría en 1959, sumido inmerecidamente en el olvido. Pero logró algo que pocos pudieron: crear un cuerpo de obra sólido, consistente, además de construir una leyenda de sí mismo y de estos parajes perdidos en la inmensidad de la pampa húmeda, todo bajo el denso velo de un misterio impenetrable.
Prototípico de la historia del país, Francisco Salamone es hijo de un constructor siciliano inmigrado a la Argentina en los primeros años de 1900. Estudia en La Plata y se recibe de Ingeniero y Arquitecto en Córdoba. Su perfil, internacional, periférico, desarraigado, y su capacidad para trabajar obsesivamente pueden haber sido razones para que su amigo Manuel Fresco, gobernador conservador de la provincia de Bs.As. en la década del ´30, le confiara la construcción de varios edificios de importancia, bajo la premisa de fomentar el crecimiento de estas pequeñas localidades. Salamone elige los programas que más cuadran con sus expectativas: Palacios Municipales, Mataderos y Cementerios. Así comenzaría un proceso intenso de planificación previa que culminaría con la llamativa proeza de construir 60 edificios, con sus equipamientos, en tan sólo 4 años, hecho inédito en nuestro país y no sólo por la cantidad sino también por la calidad de las construcciones, sus acabados, su minuciosidad, su creatividad e inventiva.
La arquitectura de Salamone se revelaría así como un potente alegato material, con sus volumetrías en combinaciones desprejuiciadas, sus escalas monumentales y sus alusiones industrialistas y vanguardistas (con reminiscencias del art decó, de los proyectos de los Futuristas italianos, de las obras del Expresionismo alemán y del Constructivismo ruso). En una relación de buscado contraste con el contexto, con una actitud casi surrealista, crea una obra que desafía las convenciones desde un lugar asumidamente excéntrico, alejado de las urbes más pudientes.
La misión política no prosperó: estás localidades nunca dieron el salto esperado. Finalizado el mandato del Gobernador Fresco en 1940, Francisco Salamone desaparecería de la escena arquitectónica. Poco se supo de él, sin llegar a construir obras acordes a su potencial. Moriría en 1959, sumido inmerecidamente en el olvido. Pero logró algo que pocos pudieron: crear un cuerpo de obra sólido, consistente, además de construir una leyenda de sí mismo y de estos parajes perdidos en la inmensidad de la pampa húmeda, todo bajo el denso velo de un misterio impenetrable.
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