03 marzo 2011

APUNTES DE ARQUITECTURA 22: MONUMENTO A LA BANDERA

Rosario carece de fundador, de héroes locales, de caudillos nacidos en su suelo que hayan trascendido lo meramente local. Uno de los pocos hechos significativos que ocurrieron durante la Guerra de la Independencia en estas tierras, cuando Rosario no era más que un caserío alrededor de una pequeña capilla, fue la decisión de Manuel Belgrano de izar por primera vez la bandera nacional en las costas barrancosas del humilde rancherío. Casi 100 años más tarde, cuando Rosario ya era ciudad y el primer puerto en importancia del país, se decide conmemorar ese hecho con un monumento. Luego de varios intentos truncos en las primeras décadas del siglo XX, en 1940 se llama a un concurso nacional del que resulta ganador la propuesta de los arquitectos Alejandro Bustillo y Ángel Guido, junto con los escultores Fioravanti y Bigatti y que finalmente se construyó entre 1944 y 1957.
El producto es un organismo arquitectónico complejo, de potente presencia urbana y compuesto por un Propileo, una gran escalinata y una torre. Tres partes que refieren a tres momentos de la historia de la arquitectura, desde la antigüedad clásica a la moderna metrópolis. Para darle unidad al conjunto, fue revestidos con mármol travertino, el material por excelencia de la arquitectura romana. Esta elección apunta a darle un carácter atemporal y eterno, como los valores que debía representar. Pero también refiere a cierta arquitectura italiana de la década del 30 que buscaba recuperar, al menos en cuanto a imagen y como parte del proyecto político de Benito Mussolini, la gloria de la Roma imperial.
El Propileo, ese templo abstracto que aloja la llama votiva, nos recibe cuando llegamos desde la ciudad, esta misma función es la que cumplen en las acrópolis griegas: materializan la transición entre la mundanal ciudad y el espacio sagrado. Lejos de referencias explícitas, el clasicismo está presente en la escala, en las proporciones, pero el alto grado de depuración de su lenguaje le da un carácter claramente moderno.
La gran escalinata hace las veces de ágora y anfiteatro, espacio de representaciones públicas, actos políticos, hechos artísticos y festejos populares.
La torre, acaso remedo de los rascacielos, cambió para siempre el skyline rosarino y hasta hace pocos años era el punto más alto de la ciudad. Es un contundente volumen masivo y ciego, moldeado con fuerza escultórica.
Otras interpretaciones, acaso más evidentes, ven al conjunto como una gran nave con la proa hacia y el río, la torre como mástil y el propileo como castillo de popa.

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