Por Federico Aicardi
El domingo me encontré dentro de una habitación rodeado de gente extraña, miré a los costados y me di cuenta de que todos estábamos sentados con nuestros semblantes hacia el mismo lugar ordenados en filas paralelas una detrás de la otra. Por suerte a mi me tocó la última fila por lo que me sentía más confiado de que no había nadie detrás mío. Un segundo después decidí cerciorarme, porque la paranoia es un bien común de todos los humanos de este siglo, así que me di vuelta y vi que en vez de una pared había una cortina, elemento que no me daba la seguridad que necesitaba. Detrás de esa cortina, un pie de cámara con su respectiva filmadora postrada en la parte superior. De pronto, se apagó la luz y todos los extraños quedaron tan a oscuras como yo y lo único que podía ver era esa luz roja de esa cámara postrada sobre ese pie que me indicaba que alguien a quien yo no podía mirar me estaba mirando. Nunca supe en esos segundos con alma de horas si mis eventuales compañeros de oscuridad sentían lo que yo sentía, esa sensación tan básica que no discrimina edades, ese miedo. Por suerte se prendió una luz, luego otra y luego la última que comenzaron a alumbrar el escenario del Centro de estudios teatrales donde se estrenó la última producción de Esteban Goicoechea, “El miedo”, protagonizada por Paula García Jurado, Gustavo Sacconi y Ariel Hamoui.
Si bien todo lo antes expuesto puede tomarse como una exageración de una situación que a casi nadie le genera temor, si nos ponemos a pensar un segundo sobre nuestras cotidianeidades, existen millones de situaciones en las que tememos algo, tenemos miedo de que algo suceda y nuestros cuerpos comienzan a adoptar formas y actitudes extrañas, nuestros gestos se contorsionan y pensamos que la vida es más finita que nunca.
Este es el espíritu del trabajo de Goicoechea, “El miedo” es un ensayo sobre esa sensación que encontramos en todos los costados de la ciudad, comienza con una hipótesis implícita “¿Puede el miedo empujarnos a hacer cualquier cosa?” y desde allí los cuerpos de los actores investigan cada centímetro del espacio escénico, como un científico se encierra en un laboratorio a investigar la cura de la enfermedad de moda, para comenzar a dibujar esas conclusiones.
Esta investigación aborda todos los miedos que sufrimos día a día, el miedo al afuera, el miedo al intruso, el miedo al exceso de luz, el miedo a los ruidos fuertes, el miedo al silencio, el miedo a cómo se romperá ese silencio y ese miedo tan básico: el miedo a la oscuridad. Los tres personajes de “El miedo” sufren, se escandalizan, están caminando constantemente por esa finísima línea que divide un simple temor del absoluto pánico y encuentran sosiego en una práctica que puede tildarse de morbosa pero que le da un carácter de genialidad al trabajo de Goicoechea: estos personajes sólo están en paz cuando “practican la muerte” y esto significa elegir un lugar donde morirse, lanzarse allí y practicar estar muerto. ¿Por qué encuentro el rasgo de genialidad de esta práctica? Porque creo que con esto se define una de las conclusiones más interesantes de “El miedo”: el temor desaparece sólo cuando desaparece la vida.
El teatro es usado por Goicoechea y elenco en “El miedo” como una herramienta de investigación social, como un elemento que nos da la posibilidad de entender una patología social muy en boga, que es y fue utilizada como discurso de campaña por los más nefastos dirigentes políticos, eclesiásticos, militares, sociales y todos los que se nos ocurran. Así, el público que presencie esta obra (que se presenta todos los domingos de julio y agosto a las 21:00 hs en el CET, San Juan 842) podrá salir de la sala con distintas sensaciones y opiniones sobre este magnífico trabajo pero todos, y cuando digo todos son TODOS, al cruzar la puerta del CET van a mirar por arriba de su hombro.
Si no pudiste escuchar la nota con Esteban en vivo... escuchala más tarde.
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