23 marzo 2008

La columna del Domingo

Capítulo V
Subíamos por un improvisado puente de madera que dejaba ver entre sus tablas una lejana cascada que en su corta distancia asustaba por sus rocas abultadas. No sólo perdí un paquete de galletitas en un pequeño temblor si no que además me asusté al notar la poca cantidad de clavos ajustados que había en mi espontáneo suelo. Che, no debe estar bueno morir crucificado. Posta.
Llegué a tierra firme bien valiente, cómo si la palabra proeza fuera para otras ocasiones. Sin embargo fue muy grande el tembleque que tuve ahí en el aire… así que hacerse el banana cuando en la plena aventura se estuvo paralizado fue uno de mis tantos errores en el día.
Seguimos la insoportable caminata. Ibamos 3hs sin parar y puente mediante frenamos a cargar combustible. Potasio y una chocolatada a la olla. Nos sentamos en un tronco con techito de ramas con hojas.
Los árboles estaban buenos, unos arrayanes de color naranja que se asemejaban en la textura a la chocolatada que en definitiva estaba hecha de lo mismo que el árbol. Porque mucha diferencia entre una vaca y un árbol no hay, cambiaran algunas moléculas o la diferencia de movimiento entre unas y otras pero más no. Lo mejor fue que como siempre me encuentro ante situaciones de riesgo (no es alarmante pero en cualquier momento uno se puede quebrar una gamba o ser atacado por un tábano asesino y chupador de sangre como los vampiros de las películas) pasó lo que tenía que pasar. Se me rompieron las havaianas y la chocolatada siguió deliciosa. Darse cuenta que cuando uno bebe chocolatada hay que improvisar un concierto porque sino no tiene gracia, así que andaba cerca de las nubes a las piruetas.
“Esto sí que es tener piedras en el camino”, ironizó un amigo en el sendero más empedrado de la tarde.
El camino es angosto, con tierra que deja huellas y las subidas que alargan nuestra llegada a la cima de la montaña. En las bajadas pisamos fuerte para no caer como cascada y en algunas ocasiones corremos hasta que el vaso nos muestre señales de agotamiento.
Estábamos con vitalidad nuevamente pero en los silencios tensos nos ayudábamos con alguna acotación fuera de lugar, algún insulto hacia una pendiente o gritábamos come on! como lo hace Jagger en Charmed File (antes del viaje nos unimos con ese tema subidos a la alfombra de mi pieza). Todavía quedaban un par de horas. Igual los kilómetros nos lo daban acampantes que volvían de la cima y siempre demostraban en sus respuestas muchas ganas de transmitirnos sensación de cansancio. Jamás nos decían si estábamos cerca o no. Se confundían, nos confundíamos.
"Voto porque nos apuremos y lleguemos para dormir”, dijo uno de los míos. Al toque le contesté con un arranque de piernas a lo Messi pero refutándole con los labios eso de llegar para descansar. “Cortaste boleta”, tiró ingeniosamente el tercero en discordia.
El impulso juvenil lo notábamos cuando visualmente nos comparábamos con los que bajaban malhumorados y sacrificando ramas para sostenerse a lo bastón natural.
En cambio nosotros teníamos la energía suficiente como para poder escalar todas las montañas que nos pusieran delante, empezaba a sí a entender con la práctica esa idea de divino tesoro.

Enero de este año - volqué jugo y se me mojó la hoja

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